Masoquismo, estudio del concepto a la luz de las ideas de Freud y Matte-Blanco

Monografía presentada en el Instituto de Psicoanálisis Dr. Ángel Garma de la Asociación Psicoanalítica Argentina por la Lic. Margarita Artusi en el seminario del Dr. Héctor Cothros: Masoquismo, concepto central en la clínica psicoanalítica. Tercera mención, Premio Baranger-Mom 2017-2018
Al final, comentario del Lic. Matías Buzzo Pipet


·  Introducción:

El masoquismo es un concepto central para el psicoanálisis. Su estudio es imprescindible para intentar comprender tanto el malestar y el sufrimiento de los pacientes como la aparición de los obstáculos que retardan o imposibilitan el cambio psíquico y el avance en los tratamientos.

En este trabajo, a partir de las nociones teóricas básicas de Freud y de algunos aportes de Matte-Blanco, se articulará el concepto de masoquismo con otros conceptos como pulsión de muerte y superyó, se investigarán las tres formas del masoquismo propuestas por Freud, y se presentarán algunas ideas referidas a la clínica psicoanalítica del masoquismo.

La idea que se intentará explicar aquí es que el masoquismo constituye indefectiblemente un componente esencial de todos los fenómenos psicopatológicos, y que su análisis a lo largo del proceso psicoanalítico es siempre una de las claves para que acontezcan modificaciones favorables significativas y duraderas en el funcionamiento psíquico.

·        Masoquismo y pulsión de muerte:

En el esquema dialéctico freudiano, la tendencia a la descarga obedece, en última instancia, al anclaje del aparato psíquico en un cuerpo biológico regido en parte por las leyes de la física. En virtud de esta circunstancia, el psiquismo tiene que vérselas de manera constante con una energía de origen somático a la cual, a pesar de todos los esfuerzos que realiza por enlazarla a representaciones, nunca logra refrenar del todo en su marcha inexorable hacia el nirvana.

Para construir su modelo de la mente Matte-Blanco deja de lado intencionalmente el punto de vista económico[1] y en sus conceptualizaciones, mayormente basadas en principios lógico-matemáticos, no sobrepasa los límites del psiquismo (Matte-Blanco, 1975). Aun así, como veremos más adelante, se reencuentra, al igual que Freud, con una especie de inquietante muerte en el centro mismo del funcionamiento psíquico del ser humano.

La epistemología freudiana contrapone dos mundos contrastantes: fuerza y sentido, y, en ella, el factor cuantitativo aportado desde lo corporal y la cualidad basada en la producción de representaciones a cargo del psiquismo, se ordenan en cierta forma y adquieren inteligibilidad a partir del complejo de Edipo, encrucijada estructural que instituye las condiciones de posibilidad del lenguaje y promueve el ingreso a la cultura.

Otro choque entre sistemas regidos por leyes distintas aparece en la concepción de Freud dentro del ámbito exclusivamente psíquico, en donde los procesos primario y secundario, adscriptos a los sistemas inconsciente y preconsciente-consciente, se manejan con energía libre o ligada respectivamente (Freud, 1940a). Cabe destacar que, de todos modos, la propensión de la carga a discurrir no desaparece en ningún caso, solo que en el segundo, más que una descarga total e inmediata, lo que se busca es el aplazamiento de la misma y el mantenimiento de un nivel de energía bajo y constante (Freud, 1924) mediante relevos cada vez más numerosos y rodeos cada vez más largos, conseguidos merced a la construcción de una armazón simbólica antientrópica de complejidad creciente, que permite distribuir la carga en una red arborescente de incontables circuitos entre representaciones.

También Matte-Blanco se basa en un sistema de pensamiento binario para postular lo que él denomina la antinomia fundamental, en referencia a lo que postula como una constante interacción en el psiquismo de dos modos de ser contrapuestos: el asimétrico (o heterogéneo) y el simétrico (o indivisible). Pero en el modelo de la mente estratificado que propone, la división en diferentes niveles[2] no obedece a criterios económicos sino lógicos, y no coincide estrictamente con las líneas demarcatorias de ninguna de las tópicas freudianas, sino que está dada por la proporción de relaciones simétricas[3] y asimétricas en juego, en una gama de infinitas gradaciones que va desde polo de la máxima asimetría posible hasta el polo de la simetría más total.

Siguiendo la lógica de clases utilizada por Matte-Blanco para comprender el funcionamiento psíquico, vemos que a medida que descendemos en el inconsciente los conjuntos se van haciendo cada vez mayores, hasta que al final del camino aparece solo una gran colección, en la cual de acuerdo con el principio de simetría cualquier cosa es idéntica a cualquier otra cosa. En esta región la vida mental es imposible, ya que la ausencia absoluta de relaciones asimétricas es incompatible con el pensar, el sentir y el vivenciar (Matte-Blanco, 1975).

Nos enfrentamos entonces con dos visiones diferentes que llegan a ubicar, por diversos caminos, a la muerte psíquica en el horizonte. En Freud, nos encontrábamos con una fuerza inercial mortífera que adquiere carácter pulsional, en Matte-Blanco, con la acción igualadora del principio de simetría, la cual, llevada al extremo, disuelve toda diferencia. Ambas tienen efectos devastadores sobre el aparato psíquico, siendo fatales para el mismo las consecuencias de su expansión ilimitada.

Desde una ambiciosa perspectiva de alto vuelo especulativo que parte de la biofísica, abarca lo psíquico y alcanza lo sociocultural, Freud recurre a la pulsión de muerte para dar cuenta de esta destructividad intrínseca primaria que supone en el psiquismo y de la agresión en la que se transforma al ser deflexionada al exterior, y, a la vez, aprovecha este controvertido concepto para dar solución a otro tema problemático dentro de la teoría psicoanalítica, aquel constituido por la repetición, presentándola ahora, en su versión compulsiva a nivel psíquico, como un símil de ese retorno prototípico a lo inorgánico por parte de lo vivo en general, del que se vale explicativamente como finalidad y no solo descriptivamente como fin (Freud, 1920).

Matte-Blanco, por su lado, valora la conceptualización freudiana de la pulsión de muerte como un intento fascinante, aunque no enteramente satisfactorio, de acercarse al enigma de la existencia y de formular la idea paradojal de que la vida, para ser, requiere de la muerte (Matte-Blanco, 1988). Sin llegar a sostener la existencia de una fuerza pulsional tanática, reconoce la brillantez de un insight impregnado de una verdad profunda y misteriosa en el concepto que la implica, sobre todo en lo concerniente a las relaciones entre los dos modos de ser.

Después de estudiarla en términos de las dos lógicas que atribuye al ser humano, la lógica del inconsciente (o del modo de ser simétrico) y la simple lógica bivalente (correspondiente a la consciencia o modo de ser asimétrico), llega a la conclusión de que la pulsión de muerte, más que a una tendencia destructiva, remite a una concepción bi-lógica[4] (Matte-Blanco, 1975) que expresa con elocuencia la naturaleza antinómica de la psique.

Recordando que el principio de contradicción no cuenta para la lógica del modo de ser simétrico, Matte-Blanco afirma que en el inconsciente, reino de lo compatible, vida y muerte son la misma cosa, y que recién en niveles más superficiales de la mente, en los que se dispone de mayores montos de relaciones asimétricas, es posible diferenciarlas y tomarlas como contrarias. Dicho de otra manera, Matte-Blanco sostiene que lo que para el modo indivisible constituye una unidad estática: vida-muerte, se transforma, al pasar al modo divisible, en una antinomia entre opuestos distintos, separados e irreconciliables: vida y muerte (Matte-Blanco, 2005).

Para Matte-Blanco el silencio mudo de una realidad atemporal-aespacial nos acerca a lo inexistente, evocando en cierta forma a la muerte, ya que ser sin acaecer se parece para nosotros más bien a no-ser, a la nada. Sobre la base de lo anterior le resulta comprensible que se dé una inevitable confusión entre aquello que imaginamos como muerte, igualándola a una absoluta quietud, y la modalidad indivisible del inconsciente más profundo, donde rige la simetría y no hay espacio-tiempo, movimiento, procesos ni sucesos (Matte-Blanco, 1975). Explayándose sobre este último punto, explica que la presencia del aspecto simétrico (atemporal y aespacial) es fácilmente malinterpretada como muerte, o incluso sentida como una atracción, como un ser arrastrado hacia la muerte, debido a que es percibida o pensada por el modo asimétrico como una tendencia hacia la absoluta falta de movimiento.

Desde esta perspectiva la noción de pulsión de muerte se configura, para Matte-Blanco, como un ejemplo del incesante proceso de traducción fallido por el cual el modo asimétrico se aboca a pesar de sus limitaciones a la tarea imposible de tratar de duplicar lo real del inconsciente (Matte-Blanco, 2005).

En cuanto a la relación entre la pulsión de muerte y las implicancias de la bimodalidad que postula, Matte-Blanco reconoce en el hombre un deseo por reencontrar y expandir esa paz eterna del modo indivisible que todos conservamos, y que se hace presente en cada uno de manera más o menos disimulada (Matte-Blanco, 1988). Este anhelo por regresar a la fusión indiscriminada correspondiente a niveles simétricos profundos, o, dicho en otras palabras, de permanecer eternamente suspendidos en una suerte de protofantasía de vida intrauterina, se apoya según Matte-Blanco en un sentimiento de nostalgia por ese estado oceánico irreproducible en el que supuestamente se pudo experimentar el haber sido uno con la madre, antes de que sobreviniera la irremediable separación inherente a la individuación (Sanchez-Cardenas, 2012).

Aplicando ahora algunas de las ideas presentadas a la dilucidación del masoquismo primigenio, podemos teorizar su origen retrotrayéndonos a los tiempos míticos de la constitución psíquica, recientemente evocados. Ya sea que tomemos la vía energética fisicalista freudiana o la vía lógica matte-blanquiana, la primera experiencia de satisfacción se nos aparece como una fulgurante constelación en la que se funden el sujeto y el objeto, todavía no reconocido como tal, acompañada por sensaciones simultáneas de vivísimo placer y displacer (dolor).

Desde la óptica de Freud, diremos que en ella se generan las primeras representaciones encargadas de ligar y cualificar grandes montos de catexias que invaden al aparato psíquico, constituyéndose así un primer núcleo indiscriminado -narcisista- que se ofrece abiertamente como una diana -masoquista- para recibir todo el impacto del embate del caudal pulsional irrestricto.

Siguiendo a Matte-Blanco, quien como dijimos antes deja de lado toda referencia a la energía, se trataría de una experiencia de frenesí simétrico extremo, caracterizada por vivencias inefables de fusión, saturadas de emociones contrapuestas de máxima intensidad. El aspecto estructurante estaría dado en este caso por el peso que adquieren las primeras representaciones vinculadas a la satisfacción y al dolor  (imprinting) como elementos determinantes de las funciones proposicionales que presidirán la conformación de ciertas clases privilegiadas dentro del conjunto de las infinitas clases con las que luego se manejará el sujeto (Matte-Blanco, 1975). Siguiendo esta línea, incluso podría hablarse de una matriz narcisista-masoquista, cuyas reverberaciones, desplegadas y vueltas visibles en la producción de situaciones que proporcionen placer-dolor intenso a lo largo de la vida, conformarían el germen inexpugnable del masoquismo humano.  

·        Tres formas del masoquismo:

Freud dice que el masoquismo “se ofrece a nuestra observación en tres figuras: como una condición a la que se sujeta la excitación sexual, como una expresión de la naturaleza femenina y como una norma de la conducta en la vida” (Freud, 1924, p. 167). Podemos diferenciar entonces tres formas de masoquismo: primario erógeno, femenino y moral, siendo el primero la base de los restantes.

El masoquismo primario erógeno, definido por Freud como “el placer de recibir dolor” (Freud, 1924, p. 168), poseería causas constitucionales y derivaría de la posibilidad de gozar a partir de cualquier proceso corporal orgánico de cierta intensidad. Freud resuelve el enigma de cómo puede haber placer en el dolor haciendo aparecer al primero como un subproducto anaclítico de experiencias somáticas que, aun siendo dolorosas o displacenteras, se muestran proclives a generar sexualidad indirectamente.

Este tipo de masoquismo, que narcotiza al principio de placer, también es considerado por Freud como un residuo de la pulsión de muerte que perdura en el interior, fijado libidinosamente con ayuda del mencionado mecanismo de coexcitación sexual, como un superviviente testimonial del proceso de amalgama de las pulsiones (Freud, 1924).

Freud aclara que este masoquismo primitivo erógeno “acompaña a la libido en todas sus fases de desarrollo, y le toma prestados sus cambiantes revestimientos psíquicos” (Freud, 1924, p. 170). De este modo, el temor-deseo de ser devorado correspondería a la fase oral, el de ser maltratado a la fase anal, el de ser castrado a la fase fálica y el de soportar pasivamente el coito y parir a la organización genital definitiva, siendo el rasgo común a todas las presentaciones del masoquismo la posición pasiva (o el activo posicionamiento en el rol pasivo) del sujeto que goza de una situación de sometimiento a la pulsión parcial del otro.

Además, Freud agrega que al masoquismo primario se le puede adicionar luego el masoquismo secundario cuando en ciertas circunstancias, y fundamentalmente para cumplir con el imperativo de sojuzgamiento de las pulsiones impuesto por la cultura, el sadismo orientado hacia el exterior tiene que ser reintroyectado y vuelto a su estado anterior (Freud, 1924).

Masoquismo femenino[5] es el nombre que Freud da a la perversión masoquista (1924).
El masoquismo es probablemente la base de todas las perversiones, y, en él, al igual que en todas las demás, la angustia es trasladada al campo del otro y el acento recae más en la eficacia de una escena impersonal que en la singularidad del objeto.
Considerándola en lo atinente al ello, diremos que, en la perversión, una pulsión parcial ha sido llevada a primer plano y utilizada como unificadora de las demás pulsiones parciales para armar una organización defensiva ante lo intolerable de la sexualidad edípica y del sistema de diferencias que implica (Sachs, 1923)[6]. Este avance de lo pregenital por sobre la genitalidad es desventajoso porque conlleva desmezcla de las pulsiones (aumento de la potencia destructiva de la energía libre), y regreso a tipos de relación de objeto indiscriminadas y a modalidades de funcionamiento psíquico con escaso nivel de complejidad.

Observándola ahora en lo que tiene que ver con el yo, encontraremos en esta instancia una escisión tajante, “una desgarradura” (Freud, 1940b, p. 275), que lleva a la instauración simultánea de dos legalidades contrapuestas. En el sector perverso comprobaremos que la desmentida de la castración, sostenida en un pacto de complicidad con un progenitor seductor, distorsiona y destruye el valor estructurante del Edipo, y que en el lugar de la escena primaria que lo representa concretamente, se coloca un invento, algún tipo de neosexualidad egosintónica fija que cumpla con la condición de borrar las diferencias (entre el yo y el otro, de sexos, de generaciones) o de despojarlas de su significación.

La especificidad del masoquismo perverso está marcada por el contenido de las dramatizaciones, reales o imaginarias, de ciertas modalidades de actividad sexual estereotipadas que en su guion incluyen ataduras, golpes, maltratos, fustigaciones, humillaciones, etc., y que se acompañan de sentimientos de culpabilidad relacionados con la idea de haber realizado actos punibles (masturbación infantil) por los cuales el sujeto, equiparado a un niño malo, merece ser castigado con dolorosos tormentos. Freud sostiene que “es raro que dentro de este contenido se incluyan mutilaciones”, y que, “cuando sucede, se les impone grandes limitaciones” (Freud, 1924. P. 168).

Si avanzamos un paso más para descubrir lo latente tras lo manifiesto, nos toparemos en los masoquistas con una perversidad sexualizada, puesta en evidencia por los fines destructivos y autodestructivos erotizados que, ocultos detrás de vivencias de triunfo maníaco, subyacen al masoquismo y a cualquier otra perversión.

Es importante consignar que el masoquismo perverso puede aparecer como perversión propiamente dicha, es decir, como condicionante y modo exclusivo de la satisfacción sexual perversa[7], o simplemente como sustrato fantasmático de síntomas y actuaciones neuróticos.

El análisis de las fantasías masoquistas revela que en las varias capas que las constituyen, a través de diferentes tipos de deformaciones se intenta ocultar y mantener reprimido un núcleo candente portador de mociones pulsionales infantiles correspondientes al complejo de Edipo positivo y negativo.

Su investigación también deja traslucir que se trata de productos mixtos (Matte-Blanco 1968), que respetan en parte las leyes de la consciencia a la vez que presentan las características del sistema inconsciente (Freud, 1915), propias del modo de pensar simétrico. Según Matte-Blanco, estas características constituyen uno de los descubrimientos más geniales y creativos de Freud (Matte-Blanco, 1975). Para ejemplificar su manera de abordarlas lógicamente utilizaremos una fantasía prototípica, escenificada en las prácticas ritualizadas de un paciente masoquista a quien le proporcionaba un intenso placer sexual: “soy golpeado en las nalgas por una mujer” (Reik, 1941, p. 25 a 30).

Investigando sus fuentes concluimos que esta “fantasía de paliza” (Freud, 1919)[8] emerge de un deseo proveniente de la vertiente invertida del Edipo: “soy amado por mi padre”, degradado por vía de la regresión y expresado en términos masoquistas: “soy castigado por mi padre”. El acto de ser amado se desplaza al de ser golpeado, por el cual la culpa asociada al fin sexual prohibido (la unión genital con él) encuentra absolución [ambos actos son incluidos mediante una generalización en una clase que los abarca: “soy objeto pasivo de alguna acción por parte de mi padre”, y se tornan idénticos a partir de la aplicación del principio de simetría dentro de esa clase]. En este desplazamiento[9], un detalle: el golpe en las nalgas (conducta a la que el padre era afecto: solía aplicar juguetonas palmadas en el trasero a todas las mujeres de la casa), se convierte en sustituto y símbolo de la totalidad: la relación sexual íntegra [como corolario del principio de simetría, la parte es igual al todo].

La idea de ser usado sexualmente por el padre como una mujer debe permanecer reprimida, porque al provocar angustia de castración resulta insoportable su acceso a la consciencia. El reemplazo del pene por las nalgas como zona erógena preeminente, resuelve esta cuestión protegiendo al primero [el desplazamiento implícito en esta sustitución también se explica mediante la inclusión de ambas zonas en un mismo conjunto y la simetrización de sus elementos, responsable de la disolución de las diferencias entre ellos].

La encargada de propinar los golpes es una mujer, a la que podemos considerar como una figura compuesta: por un lado, es la madre amada que se deseaba poseer (retoño de la vertiente directa del Edipo) y también la madre que tenía al niño bajo su dominio (resto de verdad histórica), y, por otro lado, es el padre cariñoso-castigador. Evidentemente se trata de una condensación, por la cual una sola persona representa a otras dos en sus distintos aspectos. Dicho de otra manera, inconscientemente varios objetos tridimensionales ocupan un mismo espacio de más de tres dimensiones[10].

Otras condensaciones son observables en la persona del paciente mismo, quien se identifica, por supuesto, con la víctima que protagoniza la escena, pero también con los otros dos personajes que la completan: el personaje activo que da en ella rienda suelta a su sadismo y el observador externo que la atestigua.

Por más que se detallen los requisitos que debe cumplir la mujer portadora del gesto punitivo, en nuestro caso que fuera alta y hermosa y tuviera aspecto atemorizador, el hecho de que en la fantasía los golpes tengan que ser propinados por una mujer, manifiesta con claridad la irrupción de una modalidad de funcionamiento típica del inconsciente, para el cual el único individuo reconocible es la clase. Esta mujer que golpea representa a la clase completa, a la idea general establecida por la función proposicional que la define, siendo por lo tanto irrelevantes sus atributos particulares. 

Desde otra perspectiva, la suplantación de la madre en la relación con el padre delata la hostilidad contra ella y el rencor despertado por su infidelidad. Vemos que el amor y el odio hacia un mismo objeto coexisten sin interferirse entre sí merced a la ausencia de contradicción mutua: amor=no-amor => amor=odio [no hay incompatibilidad posible entre opuestos cuando lo afirmado y lo negado son integrados en un conjunto y tratados como idénticos]. Siguiendo este mismo razonamiento, también los ingredientes básicos del masoquismo: el placer y el dolor, pueden ser igualados simétricamente.

Otra de las características del inconsciente en juego es la ausencia de tiempo, que se refiere tanto a la falta de modificación debida al paso del tiempo como a la imposibilidad de ordenamiento temporal. Muchas fantasías masoquistas permanecen casi inalterables durante extensos períodos, conservando intacto su poder excitante, y en ellas momentos lógicamente sucesivos: placer prohibido primero, castigo luego, pueden aparecer en un orden inverso (castigo primero, placer luego) o simultáneamente (castigo y placer juntos), de acuerdo con una temporalidad diferente a la corriente, que Matte-Blanco denomina concepción del tiempo compatible (Matte-Blanco, 1996).

Finalmente, llegamos a la última de las cinco principales características del inconsciente: el reemplazo de la realidad externa por la realidad psíquica, caso particular de desplazamiento que lleva a la homologación de ambas realidades. Su presencia en cualquier fenómeno masoquista se vuelve obvia si tenemos en cuenta que en ellos la fantasía es un componente infaltable e imprescindible, y que en esta el pensamiento mágico (plagado de simetrizaciones) juega un rol para nada desdeñable.

Por último nos referiremos al masoquismo moral, el cual superficialmente no aparenta tener una relación tan estrecha con la sexualidad, y al que Freud ilustra gráficamente con su frase: “el verdadero masoquista ofrece su mejilla toda vez que se presenta la oportunidad de recibir una bofetada” (Freud, 1924, p. 171). Lo que cuenta en esta peculiar actitud frente a la vida, que puede ser detectada en todos en diferentes grados, es el sufrimiento en sí, y el sostén de una economía psíquica que se asienta en el mantenimiento de una cierta medida de dolor.

En función de este tipo de masoquismo, el neurótico amedrentado se las arregla para padecer al menos en un área de su vida, ofreciendo actos propiciatorios y solicitando castigos expiatorios, y llegando incluso a dejarse arrastrar por la tentación de obrar incorrectamente para recibir los amargos reproches de la consciencia moral o las duras penas asignadas por diferentes representantes parentales.

En el masoquismo moral lo central es la culpa, miedo-angustia que surge como expresión de una tensión insalvable entre el yo y las desmedidas pretensiones del despiadado superyó que perpetuamente se le opone (Freud, 1924).

·        Masoquismo y Superyó
Entre las varias motivaciones que llevaron a Freud a introducir la segunda tópica se destacan la intención de reflejar de un modo fidedigno, no tan abstracto e impersonal como en la primera, el drama implícito en el conflicto entre instancias detectado en cada sesión, y la necesidad de definir y de hacerle un lugar específico en la teoría psicoanalítica al ideal, a ese conjunto de representaciones éticas y estéticas cuyas huellas deletéreas se dejaban ver en los infaltables sentimientos inconscientes de culpa, la implacable necesidad de castigo y la sorprendente reacción terapéutica negativa (Freud, 1923).

En la obra freudiana, el superyó, producto de la interiorización de la prohibición cultural, se va perfilando cada vez con mayor nitidez como la instancia cuya mayor o menor severidad determina la gravedad de las afecciones psíquicas. Paulatinamente va haciéndose clara la idea de que el superyó, alimentándose de obediencia y renuncia, comanda la autodestructividad violentándose ferozmente contra el sujeto en el ejercicio de sus tareas de inspección, dominio, restricción, censura, crítica y sanción, y valiéndose de las más tenaces resistencias para oponerse a la cura (Freud, 1923).

Matte-Blanco, aun mostrándose crítico con respecto a la concepción tripartita freudiana[11], y llegando incluso a ofrecer algunas ideas para reformularla, acuerda con Freud en la importancia otorgada a la instancia superyoica. De hecho, en el esquema unitario que presenta, en el que ubica al self como protagonista encargado de ejercer tres tipos de funciones: éllicas, yoicas y superyoicas, se ve obligado a diferenciar a las dos primeras de las terceras, caso particular de combinación de las anteriores, y a sostener la necesidad de considerar a las funciones superyoicas separadamente debido al especial rol que cumplen en la vida psíquica. Tampoco duda con respecto a la crueldad del superyó, el cual, en sus términos, sería una parte escíncida del self que expresa su enojo agresivamente, sin importarle el sufrimiento del yo central o incluso provocándolo intencionalmente (Matte-Blanco, 1975).

Si bien el superyó, como Freud lo establece, es el heredero del complejo de Edipo, para comprender su origen debemos remontarnos a los tiempos preedípicos, más precisamente a la etapa anal.
El proceso de separación de la madre mediante el cual el niño intenta huir de la devoración y de la retención para salvaguardar su incipiente yo recientemente catectizado, es facilitado por el ejemplo del padre, quien, presentándose como una persona libre e independiente, ajena a la díada primera, aparece como un modelo perfecto para encarnar a los ojos del niño la ansiada autonomía.
Simultáneamente, este mismo padre, necesitado, amado y admirado, es envidado, odiado y temido como un molesto rival que impide al hijo la relación exclusiva con la madre amenazándolo con la castración y con el retiro de su amor.

Hasta este momento, al niño no le perturba que el padre ocupe posiciones irreconciliables, pero luego, la tendencia de la vida psíquica a la unificación determina la entrada en el complejo de Edipo, corolario de la emergencia de un conflicto ineludible, que se complica aún más con el agregado de un nuevo lugar para el padre, el de objeto sexual. El recurso que aparece al alcance de la mano para salir de esta decisiva encrucijada es acceder a una identificación masiva con el padre, solución sintomática mediante la cual se evita la pérdida del objeto paterno en todas sus facetas, a la vez que se lo erige, en carácter de imago, como fascinante objeto idealizado a emular y como vigilante interno de guardia permanente, encargado de aquí en más y para siempre de coartar las inextinguibles pretensiones incestuosas y de castigar todo amago de crimen parricida (Freud, 1923).

Matte-Blanco no se extiende en su obra especificadamente sobre la evolución del aparato psíquico, pero podemos pensar que en el curso del periodo al que nos hemos referido en el párrafo anterior, se producen en él importantes modificaciones que afectan la relación entre los dos modos de ser, y que explican el pasaje de una situación a-conflictiva a otra en la cual el conflicto puede llegar a constituirse como tal. Una hipótesis plausible al respecto podría basarse en la postulación de un incremento gradual de la capacidad de establecer relaciones asimétricas por parte del niño, impulsada y fortificada en gran medida por la adquisición del lenguaje, instrumento privilegiado de la simbolización. Al consolidarse la separación entre los estratos y aumentar la potencia discriminadora de los superiores, las contradicciones e incoherencias simétricas toleradas hasta un cierto día, de pronto se tornan inaceptables debido a lo angustiantes que resultan, tanto en sí mismas como por las conclusiones que se derivan de ellas, para una consciencia que comienza a manejarse con elementos discretos contenidos en proposiciones verdaderas o falsas y lógicamente vinculadas entre sí.

Si tomamos al superyó como un síntoma, comprobamos que, en él, al igual que en todas las así llamadas formaciones de compromiso, nos topamos con una combinación de mociones pulsionales con sus respectivas defensas. Ya sea como representante del intimidante jefe de la horda primitiva o como delegado del soberbio bebé majestuoso, el superyó es una instancia que aúna las más altas aspiraciones de sujeto, y que enarbola con orgullo las banderas de la arbitrariedad, el exceso y la omnipotencia. Desde esta perspectiva el superyó aboga por el ello, del cual se nutre energéticamente, reclamando la pronta satisfacción de todos los deseos imaginables. Por otro lado, sabemos que también, y en paralelo, el superyó se funda, en tanto representante del mundo externo (los padres, la tradición), como una enérgica formación reactiva encargada de prohibir el cumplimiento de estos mismos deseos y de transformar a la actitud mencionada anteriormente en su opuesta, provocando en el sujeto sentimiento de inferioridad y llevándolo a juzgarse y mostrarse como sumiso y desvalido (Freud, 1923).

Desde el momento en que el superyó consigue conformar al ello, al mundo externo y a sí mismo como autoridad, en su propia estructura le muestra al yo, que está obligado a generar constantemente conciliaciones entre las tres instancias a las que sirve, un ejemplo de transacción perfectamente lograda, impresionándolo por ello como un descollante arquetipo que se transformará en el ideal para su querer-alcanzar (Freud, 1924).

Observándolo desde la óptica de Matte-Blanco descubrimos que la antinomia propuesta por Freud en El yo y el ello: “Así (como el padre) debes ser”; “Así (como el padre) no te es lícito ser” (Freud, 1923, p. 36), constituye una forma de exponer gramaticalmente la naturaleza bilógica (o paradojal) del superyó.
Esta bilogicidad sería corroborada, además, por su constitución caleidoscópica, llevada a cabo a partir de innumerables imágenes parciales de una serie de objetos gloriosos e hiperpotentes: padres, maestros, autoridades, héroes, oscuro poder del destino (Freud, 1924), catapultadas en una estructura multidimensional.
Todos estos factores, dependientes de sus características intrínsecas, son los que lo tornan inaccesible a los estratos superiores de la mente, y son los que explican que el superyó, y sus emanaciones contradictorias, sean en gran parte inconscientes, y el hecho de que al sujeto, desconocedor de quien se oculta en su interior, solo le lleguen, procedentes de él, vociferaciones desgajadas que lo confunden e hipnotizan, llevándolo a transformase sin saberlo en su peor enemigo. 

El vínculo entre el superyó y el yo es de tipo sadomasoquista, y, como dice Freud: “el sadismo del superyó y el masoquismo del yo se complementan uno al otro y se aúnan para provocar las mismas consecuencias” (1924, p. 175), pero más allá de las tendencias masoquistas del yo, a las que nos hemos referido previamente, es importante resaltar el carácter inevitablemente sádico del superyó. La inusitada hostilidad de esta instancia superior que gobierna al yo sería tributaria de las circunstancias que rodean su formación, o sea, del hecho de tener como punto de partida la representación de un padre odiado y odioso de quien se espera una venganza cruenta. A esta razón histórica y contingente se le agrega otra, que tiene que ver con que la identificación con la figura paterna se realiza, según Freud, a través de una incorporación oral canibalística, modalidad regresiva de relación de objeto que conlleva defusión pulsional. Esta última razón, de la cual podemos dar cuenta en términos metapsicológicos, determina que el superyó condense energía destructiva y presente, por lo tanto, siempre y necesariamente, grandes dosis de sadismo (Freud, 1923).

Desde el enfoque de Matte-Blanco podemos agregar que la visión del superyó como una instancia terrorífica y siniestra es acentuada por una característica del modo de funcionamiento del sistema inconsciente. En virtud de lo que Matte-Blanco denomina Ley de los conjuntos infinitos positivos o negativos, inconscientemente se le atribuyen a un objeto las máximas potencialidades implícitas en la función proposicional que define a la clase a la que pertenece, es decir, que sus cualidades se figuran siempre en grado superlativo. En el caso particular que estamos estudiando, diríamos que el yo se paraliza ante un superyó cuya maldad es sentida como incondicional, y cuyas propiedades persecutorias son magnificadas al extremo[12] (Matte-Blanco, 1975).

Otro aporte de Matte-Blanco al tema que estamos tratando surge de su conceptualización de la introyección del objeto total, contraparte patológica acaecida en situaciones de emergencia del proceso de asimilación psíquica que se da en condiciones normales, merced al cual el sujeto adquiere ciertas cualidades de sus objetos, a los que va fundiendo e integrando en el yo.
A diferencia del objeto adecuadamente metabolizado, el objeto completo introyectado forzadamente, en este caso el objeto paterno constituyente del superyó, permanece ajeno al yo, incrustado a la manera de un cuerpo extraño indigesto, que imprime rigidez a los procesos psíquicos vinculados con él, y que perturba la fluidez y adecuación de los intercambios con el medio (Matte-Blanco, 1941).

La fuerza con la que el superyó logra imponer su punto de vista (la realidad -lo que debe ser tomado por cierto-, cómo son las cosas, el bien y el mal, etc.) proviene de su posicionamiento en el aparato psíquico como un enclave arcaico portador de la palabra del progenitor a cargo de la supervivencia cuando se era inerme, y del hecho de que el superyó, “precipitado del largo período de infancia durante el cual el ser humano en crecimiento vive en dependencia de sus padres” (Freud, 1940a, p. 144), sigue funcionando luego, anacrónicamente, a la manera de un amo que con su aprobación o abandono determina la posibilidad de ser del sujeto[13].

No hay que olvidar, además, que el carácter de ideal que el superyó detenta hace que el yo vea en la posibilidad de fusionarse con él una fuente ilusoria de preciadas garantías y satisfacciones narcisísticas y sexuales por las cuales está dispuesto a pagar el precio de plegarse a sus normas y altas exigencias.

Si a esto le sumamos la ubicuidad de la presencia superyoica proyectada indefinidamente y lo inmodificable de sus rasgos en función de la atemporalidad del inconsciente, nos acercamos a comprender el porqué de la innegable trascendencia de su aplastante influencia.

·        Clínica del masoquismo:

Ampliando el foco, veremos que en cualquier fenómeno psíquico hallaremos al sujeto y al objeto, y a cada uno de ellos investido por ambas pulsiones (de vida y de muerte). En consecuencia, siempre estarán en juego tanto el narcisismo y el masoquismo como el amor objetal y el sadismo. Si ante la enorme complejidad que esta situación implica en la labor clínica cotidiana, debemos elegir adónde apuntar nuestros esfuerzos terapéuticos, una de las mejores opciones será dar prioridad al masoquismo como factor patógeno esencial, y auxiliar al paciente a librarse del pesado sojuzgamiento superyoico que lo oprime. Esta vía se justifica al pensar que la persistencia de los síntomas, de las inhibiciones, de las perturbaciones caracterológicas y de los vínculos patológicos, y, en general, las grandes dificultades para efectuar modificaciones que observamos en los pacientes, no son más que el resultado de la sumisión masoquista a los rígidos mandatos del superyó, especie de patología estructural que trasciende los diagnósticos y a la que nos tendremos que enfrentar en la totalidad de los casos clínicos.

En función de las resistencias en juego, este enfrentamiento nunca es fácil. En El problema económico del masoquismo, Freud nos pone en alerta diciendo que la intensidad del sentimiento inconsciente de culpa o necesidad de castigo “significa una de las resistencias más graves y el mayor peligro para el éxito de nuestros propósitos”, y que su satisfacción “es quizás el rubro más fuerte de la ganancia de la enfermedad” (Freud, 1924, p. 171). Para clarificar aún más este punto agrega: “el padecer que la neurosis conlleva es justamente lo que la vuelve valiosa para la tendencia masoquista” (Freud, 1924, p. 172). Ya antes, en El yo y el ello, no dudaba en afirmar, refiriéndose al factor moral, que “este obstáculo para el restablecimiento demuestra ser el más poderoso” (Freud, 1923, p. 50). Más adelante, ya hacia el final de su vida, Freud insistirá con la misma idea al sostener, en el Esquema del psicoanálisis, que esta resistencia a la curación no solo es la que vuelve ineficaz nuestro trabajo, sino también la responsable de que un padecer neurótico cancelado sea prontamente sustituido por otro, y que el sentimiento de culpa, “oriundo de la relación con el superyó y la necesidad de estar enfermo anclada en unas profundas alteraciones de su economía pulsional” (1940a, p. 181), es lo que lleva al individuo a creer que “no debe sanar, sino permanecer enfermo, pues no merece nada mejor” (1940a, p. 180).

Desde el punto de vista de la técnica, Freud, con gran prudencia, dice que “para defendernos de la resistencia levantada por el masoquismo estamos limitados a hacerla consciente y al intento de desmontar poco a poco ese superyó hostil” (1940a, p. 180). Para acercarnos al logro de este objetivo contamos con todas las herramientas que la teoría y el dispositivo psicoanalíticos nos proveen, y fundamentalmente con las oportunidades que nos ofrece el análisis de la transferencia. Si entendemos a esta última como una repetición de la posición que el sujeto asumió en el Edipo y como el modo simbólico de relación sexual del paciente con el analista, es coherente que aprovechemos el paso de la neurosis común a la neurosis de transferencia para investigar el sedimento de fantasía masoquista que, en cada caso, se extiende por debajo de la sintomatología y sustenta las resistencias superyoicas.

Con respecto al desmantelamiento del superyó, tenemos que tener en cuenta que seguramente será lento y arduo, porque no es sencillo desarmar ese ruin pacto con el diablo en virtud del cual el sujeto ofrece sacrificios a cambio de seudoprotección y falsas promesas de placeres imposibles, consintiendo en una autodestrucción, no sin cierta satisfacción libidinosa (Freud, 1924), convencido de que preserva su ser al precio de ser sufriente. Este proceso demandará, entre otras cosas, pérdida de aspectos omnipotentes, desidentificaciones y reconfiguración del sistema de valores, todas tareas que acarrearán sus correspondientes duelos, y con las cuales el paciente no estará dispuesto a comprometerse de buen grado.  

Otro escollo en el camino puede estar dado por “pesimismo terapéutico” (Racker, 1960, p. 305) suscitado por la colusión del masoquismo del analista con el masoquismo del paciente, connivencia que, a gran escala, puede conducir al fracaso del análisis en general.

Si a pesar de todas las dificultades nos empeñamos en procurar torcer el destino de la neurosis, dos figuras propuestas por Freud pueden llegar a sernos útiles. La primera es la de la cosmovisión científica (Freud, 1913), alegoría de la posibilidad de cuestionamiento ilimitado y de la supremacía de la argumentación sobre la autoridad. La segunda es la del poeta, ilusionista creador de mundos que prosigue la obra interminable del niño que juega (Freud, 1908). Ambas remiten, por diferentes caminos, al valor de la autonomía, la creatividad, la interrogación y la renovación permanentes.

Matte-Blanco no explicita su proyecto terapéutico, pero a partir de sus escritos es posible inferir que acuerda en gran medida con las metas freudianas[14]. En cuanto al cómo, llama la atención que la técnica interpretativa que propone requiere justamente que al analista utilice en forma conjunta sus aptitudes científicas y poéticas, es decir, que sea preciso y meticuloso en lo que concierne al descubrimiento de la trama preconsciente, y que se abra al sentimiento poético (o al humor) y a la indeterminación de las amplias metáforas capaces de contener múltiples significados para entrar en contacto y comunicarse con lo que él llama la zona inconsciente de las atmósferas (Matte-Blanco, 1968).

Que el tratamiento no se estanque transformándose en una reedición de las situaciones familiares que terminaron por minar la independencia y avasallar la subjetividad del paciente, dependerá de que el analista, destituyéndose a sí mismo como otrora lo hiciera el padre en su rol de ayudante, pueda despojarse de su investidura oracular para desempeñarse como el facilitador de un análisis protagonizado por un sujeto en ciernes que, paso a paso y utilizando los recursos a su alcance, vaya asumiendo el derecho a pensar por sí mismo, a inaugurar soluciones inéditas para sus viejos problemas, a transitar caminos ignotos para concebir maneras de manejarse en la vida diferentes a las que alguna vez le fueran enseñadas.

Desde esta perspectiva la meta del análisis no es una cura idealizada, sino la transformación de la neurosis en otra más erótica y benigna, que conlleve una disminución de la angustia y  la culpa, y en la que nuevas y mejores modalidades para la resolución de los conflictos permitan alcanzar más satisfacciones pulsionales directas y sublimadas; y, sobre todo, la producción de un sujeto autónomo, capaz de mirarse con sus propios ojos y de preguntarse sin topes acerca de los factores que lo condicionan.

En este enfoque lo importante es la creación y la ampliación del campo de juego para dar lugar a la palabra del paciente. Por lo tanto, las intervenciones analíticas deberán tender durante largos tramos simplemente a señalar contradicciones y lagunas, a deconstruir creencias establecidas y a estimular el despliegue del discurso, y habrá que cuidar que las interpretaciones y construcciones, más que otorgadas como formulaciones clausuradas, sean sugeridas, en el momento oportuno, como esbozos inacabados a ser proseguidos y enmendados por el paciente mismo devenido autor.

Como beneficio secundario ocasional de esta manera de proceder, se abre en nuestra profesión una fuente de satisfacción interesante, proporcionada por la posibilidad de disfrutar de la creciente libertad de los pacientes. Cada vez que uno de ellos se atreve a soltar las amarras que lo sujetaban para probar algo nuevo, somos testigos privilegiados de su metamorfosis, y de alguna manera también participamos de su cambio al sumergirnos confiados, en calidad de acompañantes a la vez íntimos y extranjeros, en la profundidad de la emoción de su viaje iniciático.
·        Conclusión:

Luego del recorrido realizado, es posible afirmar que las características del funcionamiento psíquico[15], las vicisitudes que acaecen en los tiempos primeros de la constitución psíquica, la evolución psicosexual y el desarrollo yoico, las tormentosas circunstancias edípicas que finalizan en la consolidación del superyó y el tipo de vínculo que se establece entre el yo y el superyó, determinan la inevitabilidad del surgimiento de tendencias masoquistas que favorecerán la aparición de fenómenos regresivos y psicopatológicos de distinta índole y que propenderán a impedir su modificación en el tratamiento.

El masoquismo del yo se complementa con el sadismo del superyó y colabora con su resistencia, “la más oscura” (Freud, 1926, p. 150), por ser la que retiene al sujeto en la enfermedad y lo empuja a buscar el sufrimiento, y la más importante, por ser la que, al limitar en menor o mayor medida el abordaje de las restantes, frena, dificulta o directamente imposibilita el desarrollo del proceso psicoanalítico. De ello se desprende que el pormenorizado análisis del masoquismo y su apropiada elaboración, sumados al debilitamiento del superyó y a la transformación del sistema de sentidos cerrado que conlleva, sean condiciones ineludibles del progreso analítico.

Con respecto a Matte-Blanco, autor profundamente freudiano, consideramos que sus ideas sirven para formalizar los conocimientos que integran la teoría psicoanalítica, y que la elucidación lógico conceptual que se consigue utilizando sus herramientas aporta claridad y ayuda en gran medida a comprender mejor, y por ende a aplicar con mayor facilidad en el trabajo analítico, todo aquello que, con su inigualable estilo y perspicaz agudeza clínica, Freud nos transmite a lo largo de su inmensa obra.


Bibliografía:
Freud, S. (1908). El creador literario y el fantaseo. Obras Completas, Tomo IX, Buenos aires, Amorrortu editores.
-          (1913). Tótem y tabú. Obras Completas, Tomo XIII, Buenos Aires, Amorrortu editores.
-          (1915). Lo inconsciente. Obras Completas, Tomo XIV, Buenos aires, Amorrortu editores.
-          (1919). «Pegan a un niño». Contribución al conocimiento de la génesis de las perversiones sexuales. Obras Completas, Tomo XVII, Buenos aires, Amorrortu editores.
-           (1920). Más allá del principio del placer. Obras Completas, Tomo XVIII, Amorrortu editores.
-          (1923). El yo y el ello. Obras Completas, Tomo XIX, Buenos Aires, Amorrortu editores.
-          (1924). El problema económico del masoquismo. Obras Completas, Tomo XIX, Buenos Aires, Amorrortu editores.
-          (1926). Inhibición, síntoma y angustia. Obras Completas, Tomo XX, Buenos Aires, Amorrortu editores.
-          (1940a). Esquema del psicoanálisis. Obras Completas, XXIII, Buenos Aires, Amorrortu editores.
Matte-Blanco, I. (1941). On introjection and the processes of psychic metabolism.  The International Journal of Psychi-Analysis, Vol. 22, N| 1, 1941, London, The Institute of Psychoanalysis.
-          (1959). El concepto de enfermedad en patología mental. Revista Chilena de Psicoanálisis, Vol. 12, N° 2, 1995, Santiago de Chile, Asociación Psicoanalítica Chilena.
-          (1975). The unconscious as infinite sets, London, Karnak Books, 1998.
-          (1988). Thinking, feeling and being, London, Routledge, 2005.
-          (1996). “El espíritu de la geometría” de René Magritte. Revista Chilena de Psicoanálisis, Vol. 13, N° 2, diciembre 1996, Santiago de Chile, Asociación Psicoanalítica Chilena. 
-          (2005). The four antinomies´s of the death instinct. The International Journal of Psycho-Analysis, Vol. 86, 5, 2005, London, The Institute of Psychoanalysis.
Racker, E. (1960). Estudios sobre técnica psicoanalítica, Buenos Aires, Paidós, 1979.
Reik, T. (1941). El masoquismo en el hombre moderno. Nova. Buenos Aires. 1949.
Sachs, H. (1923). Sobre la génesis de las perversiones. Imago: Revista de psicoanálisis, psiquiatría y psicología, N° 5, 1977, Buenos Aires, Letra Viva.
Sanchez-Cardenas, M. (2012). El pensamiento de Matte-Blanco y el pluralismo epistemológico en psicoanálisis. Libro anual de psicoanálisis, Vol. 27, 2012, San Pablo, Escuta.





[1] Matte-Blanco cree que las nociones vinculadas a la energía no han tenido una evolución teórica favorable dentro de la doctrina psicoanalítica, y que ya no resultan adecuadas para describir y explicar los fenómenos mentales.
[2] En su modelo Matte-Blanco establece convencionalmente cinco de estos niveles o estratos.
[3] Matte-Blanco afirma que la lógica del modo simétrico (o del sistema inconsciente) puede explicarse en base a dos principios: el principio de generalización y el principio de simetría. El principio de generalización forma parte de la lógica tradicional. Es la expresión de un procedimiento lógico que lleva a la formación de clases progresivamente más amplias a partir de elementos discretos y subclases que permanecen distinguibles entre sí a pesar de tener algo en común. De acuerdo con este principio, un individuo es visto como un miembro de una clase, a su vez esta clase es considerada como una subclase de una clase más general, y así sucesivamente. El principio de simetría, en cambio, se aparta de la lógica clásica. En función de este principio se toma a las relaciones asimétricas como si fueran simétricas, es decir, que la inversa de una relación es considerada idéntica a esa relación (por ejemplo, si Juan es padre de Pedro, Pedro es padre de Juan). Es un principio que se caracteriza por generar homogeneidad, ya que uno de sus corolarios establece que cada parte de un conjunto es idéntica a cualquier otra parte y también al conjunto entero (por ejemplo, si el brazo es parte del cuerpo, el brazo es igual a la pierna y al cuerpo entero).
[4] Bi-lógico se refiere a la coexistencia de los dos tipos de lógica. Es importante aclarar que, así como el inconsciente no es una forma de patología, tampoco las producciones bi-lógicas, entrañan necesariamente perturbaciones psíquicas, y que podemos encontrarlas en todos los campos de la actividad humana, como la política, la ciencia, el arte, etc., y también en las interpretaciones psicoanalíticas. De hecho, Matte-Blanco sugiere clasificarlas en cada caso simplemente como estructuras bilógicas vitales o no vitales, sin tomar en cuenta los montos de simetría operantes en ellas.
[5] Femenino remite a que, según Freud, el sujeto se transfiere en sus fantasías a situaciones supuestamente características de la femineidad, fundamentalmente a ser castrado.
[6] Sachs aclara que “la pulsión parcial no se prolonga directamente en la perversión sino recién después de haber pasado por el conflicto edípico”, y que en la “lucha de pulsiones vence sólo aquel que consigue el mayor premio de placer”.
[7] Salvo situaciones extremas, no es el contenido manifiesto lo que define a la perversión. El carácter perverso de un acto depende de su contenido latente, de la intencionalidad que lo precede. Además, para que podamos hablar de perversión tiene que haber satisfacción sexual directa, porque siempre se trata de perversión sexual.
[8] En «Pegan a un niño», Freud sostiene que las fantasías de ser-azotado, conjunción de consciencia de culpa y erotismo, surgen en ambos sexos de la ligazón incestuosa con el padre, y que en los casos masculinos suelen aparecen en “masoquistas genuinos en el sentido de la perversión sexual”. Dice que su análisis enseña que poseen una “historia evolutiva nada simple, en cuyo transcurso su mayor parte cambia más de una vez”.
[9] Desde el punto de vista lógico el nombre desplazamiento deja de estar justificado, por ser innecesaria la referencia a catexias (carga, libido, energía) que se desplazan.
[10] Matte-Blanco considera al inconsciente en términos de una espacialidad multidimensional. Sostiene que lo que al modo de pensar corriente le parece caótico se torna comprensible al recurrir a un espacio de más de tres dimensiones, en el cual varios volúmenes pueden interpenetrarse mutuamente.
[11] Matte-Blanco considera que el esquema propuesto por Freud en la segunda tópica representa el resultado patológico de una escisión extrema. Además, lamenta el daño sufrido por el concepto de inconsciente a partir de la introducción de la segunda tópica. En su opinión, tomar al inconsciente como una cualidad o reemplazarlo por el ello no hace honor al principal legado freudiano: el inconsciente como verdadera realidad psíquica.
[12] También las propias tendencias masoquistas magnificadas aterran al yo.
[13] Como dice Matte-Blanco, “el superyó es el representante de los padres en el interior de la psiquis, y continúa actuando aun cuando éstos ya no están presentes” (1959, p. 17).
[14] En uno de sus artículos dedicado al tema de la interpretación, Matte-Blanco presenta un caso clínico en el que se evidencia su intención de auxiliar al paciente para que pueda desembarazarse de lo impuesto y seguir su propio camino.
[15] Según Freud, con dos tipos de energía: libre y arrasadora o ligada vitalmente a representaciones; según Matte-Blanco, con dos modos de ser: simétrico y asimétrico.  



Comentario a la monografía “Masoquismo, estudio del concepto a la luz de las ideas de Freud y Matte-Blanco” de la Lic. Margarita Artusi
Desde un principio Margarita Artusi hace una descripción y articulación precisa de las epistemologías freudiana y Matte-Blanquiana. Nos muestra que hay un correlato posible entre ambos modelos. Del choque de fuerzas del proceso primario con el proceso secundario a la antinomia fundamental entre el modo asimétrico y el modo simétrico que postula Matte Blanco. 
Ya introducidos en el tema me pregunto si la eficacia de la autora en conducirnos tan rápidamente hacia una epistemología novedosa no se debe sino a la habilidad con la que nos lleva a establecer simetrías entre ambos modelos.
¿Será entonces necesaria la simetría para poder apropiarnos de un concepto, haciendo lo nuevo homólogo a lo preexistente? Es notable como el concepto de simetría nos lleva al espejo, y éste a los procesos de identificación.
Hacer homólogo la parte al todo pre-existente, ¿no es una forma de, por así decir, ‘matar’ lo novedoso de aquello, pero requisito indispensable para permitir su incorporación? Así, como en la incorporación oral canibálica, el proceso implicaría la destrucción de aquello heterogéneo para poder ser metabolizado y asimilado a lo homogéneo.
El concepto de muerte psíquica que se nos ofrece es por un lado representado por la extinción de las diferencias. El modo freudiano nos acerca a la idea de ausencia de energía o falta de momentum (inercia). Ambos modelos, el lógico-matemático y el biofísico, están mucho más cerca de lo que a primera vista podría sospecharse: para el curioso, basta con pensar en el concepto de tensión eléctrica (el que fácilmente nos lleva al concepto de energía). La propia Física se encarga de describir la tensión eléctrica como una “Diferencia de Potencial”. Habrá energía siempre y cuando exista una diferencia, cuando se agota la diferencia de potencial… se ha agotado la energía. Cuando se agotan las diferencias, reina la pura simetría.
Margarita nos enseña que de la misma manera en que la simetría conduce a la muerte psíquica también nos lleva hacia un momento mítico originario de fusión, quedando entonces conectados los conceptos de pulsión de muerte y narcisismo primario. Un paso más y nos encontramos con el masoquismo primario como uno de los reflejos del narcisismo, que “se ofrece abiertamente como una diana –masoquista- para recibir todo el impacto del embate del caudal pulsional irrestricto” (pág. 5)
Del recorrido por las tres formas de masoquismo, sobresale una vez más la claridad con la que es presentado un tema complejo en la teoría psicoanalítica. La cita a Sachs es esclarecedora cuando presenta al masoquismo femenino (perversión masoquista) como una organización defensiva ante la sexualidad edípica y su sistema de diferencias (¿de nuevo la antinomia fundamental asoma su nariz aquí?).
La presentación del tema nos deja listos para la articulación de Masoquismo y Superyó. Margarita se adentra en la metapsicología del superyó cuando nos advierte que el superyó, tomado como síntoma, combina mociones pulsionales y defensas, y lo presenta como encarnación de aquel niño majestuoso del narcisismo primario, que no es otra cosa que un niño arrogante, déspota, omnipotente y cruel.
La lectura del superyó como un abogado del ello, la realidad externa y de sí mismo, lleva a pensar en la idea de un superyó que se identifica con todo lo que es omnipotencia: omnipotencia de los deseos, omnipotencia de los mandatos culturales. Como si se tratara de una formación que solamente toma partido por el más fuerte. En palabras de la monografía “constitución caleidoscópica, llevada a cabo a partir de innumerables imágenes parciales de una serie de objetos gloriosos e hiperpotentes”.
 
La autora nos describe un escenario donde la relación entre yo y superyó está determinada por el carácter del exceso: “el yo se paraliza ante un superyó cuya maldad es sentida como incondicional” y donde “las propias tendencias masoquistas magnificadas aterran al yo”.
De la clínica del masoquismo, Margarita ubica en la sumisión masoquista del yo a los mandatos rígidos del superyó una “especie de patología estructural” que transversalmente atraviesa todos los diagnósticos. De ahí desprende la importancia de su abordaje. ¿Cuáles son las herramientas idóneas? Aquí se nos recuerda que el análisis de la transferencia se presta para investigar el sedimento masoquista en las fantasías en juego, pero también nos advierte que el masoquismo puede jugar del lado del analista también, cuando evoca a Racker y su conceptualización del “pesimismo terapéutico”.

Pero de la mano de la autora podríamos salir airosamente de esa atmósfera pesimista con su reseña a las propuestas freudianas (el cuestionamiento ilimitado y la supremacía de la argumentación sobre la autoridad, y la salida creadora del poeta, ilusionista creador de mundos)
El último párrafo de esta sección es una recomendación brillante para todos los analistas, recordándonos cuál es nuestro lugar y con cuánto cuidado tenemos que respetar y abrigar la independencia y subjetividad del paciente, para no convertirnos nosotros, también, en amos del sentido.
Del párrafo final de las conclusiones, extraigo la siguiente cita “…el pormenorizado análisis del masoquismo y su apropiada elaboración, sumados al debilitamiento del superyó y la transformación del sistema de sentidos cerrado que conlleva, sean condiciones ineludibles del progreso analítico”  ¿Progreso del psicoanálisis también?



Lic. Matías Buzzo Pipet











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