Monografía presentada en el Instituto
de Psicoanálisis Dr. Ángel Garma de la Asociación Psicoanalítica Argentina por la Lic. Margarita Artusi en el seminario del Dr. Héctor Cothros: Masoquismo, concepto central en la clínica psicoanalítica. Tercera mención, Premio Baranger-Mom 2017-2018
Al final, comentario del Lic. Matías Buzzo Pipet
Al final, comentario del Lic. Matías Buzzo Pipet
· Introducción:
El masoquismo es un concepto central para el
psicoanálisis. Su estudio es imprescindible para intentar comprender tanto el
malestar y el sufrimiento de los pacientes como la aparición de los obstáculos
que retardan o imposibilitan el cambio psíquico y el avance en los
tratamientos.
En este trabajo, a partir de las nociones
teóricas básicas de Freud y de algunos aportes de Matte-Blanco, se articulará
el concepto de masoquismo con otros conceptos como pulsión de muerte y superyó,
se investigarán las tres formas del masoquismo propuestas por Freud, y se
presentarán algunas ideas referidas a la clínica psicoanalítica del masoquismo.
La idea que se intentará explicar aquí es que el masoquismo constituye indefectiblemente un componente esencial de todos los fenómenos psicopatológicos, y que su análisis a lo largo del proceso psicoanalítico es siempre una de las claves para que acontezcan modificaciones favorables significativas y duraderas en el funcionamiento psíquico.
La idea que se intentará explicar aquí es que el masoquismo constituye indefectiblemente un componente esencial de todos los fenómenos psicopatológicos, y que su análisis a lo largo del proceso psicoanalítico es siempre una de las claves para que acontezcan modificaciones favorables significativas y duraderas en el funcionamiento psíquico.
·
Masoquismo y pulsión de muerte:
En el esquema
dialéctico freudiano, la tendencia a la descarga obedece, en última instancia,
al anclaje del aparato psíquico en un cuerpo biológico regido en parte por las
leyes de la física. En virtud de esta circunstancia, el psiquismo tiene que
vérselas de manera constante con una energía de origen somático a la cual, a
pesar de todos los esfuerzos que realiza por enlazarla a representaciones,
nunca logra refrenar del todo en su marcha inexorable hacia el nirvana.
Para construir
su modelo de la mente Matte-Blanco deja de lado intencionalmente el punto de
vista económico[1]
y en sus conceptualizaciones, mayormente basadas en principios
lógico-matemáticos, no sobrepasa los límites del psiquismo (Matte-Blanco,
1975). Aun así, como veremos más adelante, se reencuentra, al igual que Freud,
con una especie de inquietante muerte
en el centro mismo del funcionamiento psíquico del ser humano.
La
epistemología freudiana contrapone dos mundos contrastantes: fuerza y sentido,
y, en ella, el factor cuantitativo aportado desde lo corporal y la cualidad
basada en la producción de representaciones a cargo del psiquismo, se ordenan
en cierta forma y adquieren inteligibilidad a partir del complejo de Edipo,
encrucijada estructural que instituye las condiciones de posibilidad del
lenguaje y promueve el ingreso a la cultura.
Otro choque
entre sistemas regidos por leyes distintas aparece en la concepción de Freud
dentro del ámbito exclusivamente psíquico, en donde los procesos primario y
secundario, adscriptos a los sistemas inconsciente y preconsciente-consciente,
se manejan con energía libre o ligada respectivamente (Freud, 1940a). Cabe
destacar que, de todos modos, la propensión de la carga a discurrir no
desaparece en ningún caso, solo que en el segundo, más que una descarga total e
inmediata, lo que se busca es el aplazamiento de la misma y el mantenimiento de
un nivel de energía bajo y constante (Freud, 1924) mediante relevos cada vez
más numerosos y rodeos cada vez más largos, conseguidos merced a la
construcción de una armazón simbólica antientrópica de complejidad creciente,
que permite distribuir la carga en una red arborescente de incontables
circuitos entre representaciones.
También
Matte-Blanco se basa en un sistema de pensamiento binario para postular lo que
él denomina la antinomia fundamental,
en referencia a lo que postula como una constante interacción en el psiquismo
de dos modos de ser contrapuestos: el
asimétrico (o heterogéneo) y el simétrico (o indivisible). Pero en el
modelo de la mente estratificado que propone, la división en diferentes niveles[2] no
obedece a criterios económicos sino lógicos, y no coincide estrictamente con
las líneas demarcatorias de ninguna de las tópicas freudianas, sino que está
dada por la proporción de relaciones simétricas[3] y
asimétricas en juego, en una gama de infinitas gradaciones que va desde polo de
la máxima asimetría posible hasta el polo de la simetría más total.
Siguiendo la
lógica de clases utilizada por Matte-Blanco para comprender el funcionamiento
psíquico, vemos que a medida que descendemos
en el inconsciente los conjuntos se van haciendo cada vez mayores, hasta
que al final del camino aparece solo una gran colección, en la cual de acuerdo
con el principio de simetría cualquier cosa es idéntica a cualquier otra cosa.
En esta región la vida mental es
imposible, ya que la ausencia absoluta de relaciones asimétricas es
incompatible con el pensar, el sentir y el vivenciar (Matte-Blanco, 1975).
Nos
enfrentamos entonces con dos visiones diferentes que llegan a ubicar, por
diversos caminos, a la muerte psíquica en el horizonte. En Freud, nos
encontrábamos con una fuerza inercial mortífera que adquiere carácter
pulsional, en Matte-Blanco, con la acción igualadora del principio de simetría, la cual, llevada al extremo, disuelve toda
diferencia. Ambas tienen efectos devastadores sobre el aparato psíquico, siendo
fatales para el mismo las consecuencias de su expansión ilimitada.
Desde una
ambiciosa perspectiva de alto vuelo especulativo que parte de la biofísica,
abarca lo psíquico y alcanza lo sociocultural, Freud recurre a la pulsión de
muerte para dar cuenta de esta destructividad intrínseca primaria que supone en
el psiquismo y de la agresión en la que se transforma al ser deflexionada al
exterior, y, a la vez, aprovecha este controvertido concepto para dar solución
a otro tema problemático dentro de la teoría psicoanalítica, aquel constituido
por la repetición, presentándola ahora, en su versión compulsiva a nivel
psíquico, como un símil de ese retorno prototípico a lo inorgánico por parte de
lo vivo en general, del que se vale explicativamente como finalidad y no solo
descriptivamente como fin (Freud, 1920).
Matte-Blanco,
por su lado, valora la conceptualización freudiana de la pulsión de muerte como
un intento fascinante, aunque no enteramente satisfactorio, de acercarse al
enigma de la existencia y de formular la idea paradojal de que la vida, para
ser, requiere de la muerte (Matte-Blanco, 1988). Sin llegar a sostener la
existencia de una fuerza pulsional tanática, reconoce la brillantez de un
insight impregnado de una verdad profunda y misteriosa en el concepto que la
implica, sobre todo en lo concerniente a las relaciones entre los dos modos de
ser.
Después de
estudiarla en términos de las dos lógicas que atribuye al ser humano, la lógica
del inconsciente (o del modo de ser simétrico) y la simple lógica bivalente
(correspondiente a la consciencia o modo de ser asimétrico), llega a la
conclusión de que la pulsión de muerte, más que a una tendencia destructiva,
remite a una concepción bi-lógica[4]
(Matte-Blanco, 1975) que expresa con elocuencia la naturaleza antinómica de la
psique.
Recordando que
el principio de contradicción no cuenta para la lógica del modo de ser
simétrico, Matte-Blanco afirma que en el inconsciente, reino de lo compatible,
vida y muerte son la misma cosa, y que recién en niveles más superficiales de
la mente, en los que se dispone de mayores montos de relaciones asimétricas, es
posible diferenciarlas y tomarlas como contrarias. Dicho de otra manera,
Matte-Blanco sostiene que lo que para el modo indivisible constituye una unidad
estática: vida-muerte, se transforma,
al pasar al modo divisible, en una antinomia entre opuestos distintos,
separados e irreconciliables: vida y
muerte (Matte-Blanco, 2005).
Para
Matte-Blanco el silencio mudo de una
realidad atemporal-aespacial nos acerca a lo inexistente, evocando en cierta
forma a la muerte, ya que ser sin acaecer se parece para nosotros más bien a
no-ser, a la nada. Sobre la base de lo anterior le resulta comprensible que se
dé una inevitable confusión entre aquello que imaginamos como muerte,
igualándola a una absoluta quietud, y la modalidad indivisible del inconsciente
más profundo, donde rige la simetría y no hay espacio-tiempo, movimiento,
procesos ni sucesos (Matte-Blanco, 1975). Explayándose sobre este último punto,
explica que la presencia del aspecto simétrico (atemporal y aespacial) es
fácilmente malinterpretada como muerte, o incluso sentida como una atracción,
como un ser arrastrado hacia la muerte, debido a que es percibida o pensada por
el modo asimétrico como una tendencia
hacia la absoluta falta de movimiento.
Desde esta
perspectiva la noción de pulsión de muerte se configura, para Matte-Blanco,
como un ejemplo del incesante proceso de traducción fallido por el cual el modo
asimétrico se aboca a pesar de sus limitaciones a la tarea imposible de
tratar de duplicar lo real del
inconsciente (Matte-Blanco, 2005).
En cuanto a la
relación entre la pulsión de muerte y
las implicancias de la bimodalidad que postula, Matte-Blanco reconoce en el
hombre un deseo por reencontrar y expandir esa paz eterna del modo indivisible que todos conservamos, y que se
hace presente en cada uno de manera más o menos disimulada (Matte-Blanco, 1988). Este anhelo por regresar a la fusión indiscriminada
correspondiente a niveles simétricos profundos, o, dicho en otras palabras, de
permanecer eternamente suspendidos en una suerte de protofantasía de vida
intrauterina, se apoya según Matte-Blanco en un sentimiento de nostalgia por
ese estado oceánico irreproducible en el que supuestamente se pudo experimentar
el haber sido uno con la madre, antes de que sobreviniera la irremediable
separación inherente a la individuación (Sanchez-Cardenas, 2012).
Aplicando
ahora algunas de las ideas presentadas a la dilucidación del masoquismo
primigenio, podemos teorizar su origen retrotrayéndonos a los tiempos míticos
de la constitución psíquica, recientemente evocados. Ya sea que tomemos la vía
energética fisicalista freudiana o la vía lógica matte-blanquiana, la primera
experiencia de satisfacción se nos aparece como una fulgurante constelación en
la que se funden el sujeto y el objeto, todavía no reconocido como tal,
acompañada por sensaciones simultáneas de vivísimo placer y displacer (dolor).
Desde la
óptica de Freud, diremos que en ella se generan las primeras representaciones
encargadas de ligar y cualificar grandes montos de catexias que invaden al
aparato psíquico, constituyéndose así un primer núcleo indiscriminado
-narcisista- que se ofrece abiertamente como una diana -masoquista- para
recibir todo el impacto del embate del caudal pulsional irrestricto.
Siguiendo a Matte-Blanco, quien como dijimos antes deja de lado toda referencia a la energía, se trataría de una experiencia de frenesí simétrico extremo, caracterizada por vivencias inefables de fusión, saturadas de emociones contrapuestas de máxima intensidad. El aspecto estructurante estaría dado en este caso por el peso que adquieren las primeras representaciones vinculadas a la satisfacción y al dolor (imprinting) como elementos determinantes de las funciones proposicionales que presidirán la conformación de ciertas clases privilegiadas dentro del conjunto de las infinitas clases con las que luego se manejará el sujeto (Matte-Blanco, 1975). Siguiendo esta línea, incluso podría hablarse de una matriz narcisista-masoquista, cuyas reverberaciones, desplegadas y vueltas visibles en la producción de situaciones que proporcionen placer-dolor intenso a lo largo de la vida, conformarían el germen inexpugnable del masoquismo humano.
Siguiendo a Matte-Blanco, quien como dijimos antes deja de lado toda referencia a la energía, se trataría de una experiencia de frenesí simétrico extremo, caracterizada por vivencias inefables de fusión, saturadas de emociones contrapuestas de máxima intensidad. El aspecto estructurante estaría dado en este caso por el peso que adquieren las primeras representaciones vinculadas a la satisfacción y al dolor (imprinting) como elementos determinantes de las funciones proposicionales que presidirán la conformación de ciertas clases privilegiadas dentro del conjunto de las infinitas clases con las que luego se manejará el sujeto (Matte-Blanco, 1975). Siguiendo esta línea, incluso podría hablarse de una matriz narcisista-masoquista, cuyas reverberaciones, desplegadas y vueltas visibles en la producción de situaciones que proporcionen placer-dolor intenso a lo largo de la vida, conformarían el germen inexpugnable del masoquismo humano.
·
Tres formas del masoquismo:
Freud dice que
el masoquismo “se ofrece a nuestra observación en tres figuras: como una
condición a la que se sujeta la excitación sexual, como una expresión de la
naturaleza femenina y como una norma de la conducta en la vida” (Freud, 1924,
p. 167). Podemos diferenciar entonces tres formas de masoquismo: primario
erógeno, femenino y moral, siendo el primero la base de los restantes.
El masoquismo
primario erógeno, definido por Freud como “el placer de recibir dolor” (Freud,
1924, p. 168), poseería causas constitucionales y derivaría de la posibilidad
de gozar a partir de cualquier proceso corporal orgánico de cierta intensidad.
Freud resuelve el enigma de cómo puede haber placer en el dolor haciendo
aparecer al primero como un subproducto anaclítico de experiencias somáticas
que, aun siendo dolorosas o displacenteras, se muestran proclives a generar
sexualidad indirectamente.
Este tipo de
masoquismo, que narcotiza al principio de placer, también es considerado por
Freud como un residuo de la pulsión de muerte que perdura en el interior,
fijado libidinosamente con ayuda del mencionado mecanismo de coexcitación
sexual, como un superviviente testimonial del proceso de amalgama de las
pulsiones (Freud, 1924).
Freud aclara
que este masoquismo primitivo erógeno “acompaña a la libido en todas sus fases
de desarrollo, y le toma prestados sus cambiantes revestimientos psíquicos”
(Freud, 1924, p. 170). De este modo, el temor-deseo de ser devorado
correspondería a la fase oral, el de ser maltratado a la fase anal, el de ser
castrado a la fase fálica y el de soportar pasivamente el coito y parir a la
organización genital definitiva, siendo el rasgo común a todas las
presentaciones del masoquismo la posición pasiva (o el activo posicionamiento
en el rol pasivo) del sujeto que goza de una situación de sometimiento a la
pulsión parcial del otro.
Además, Freud
agrega que al masoquismo primario se le puede adicionar luego el masoquismo
secundario cuando en ciertas circunstancias, y fundamentalmente para cumplir
con el imperativo de sojuzgamiento de las pulsiones impuesto por la cultura, el
sadismo orientado hacia el exterior tiene que ser reintroyectado y vuelto a su
estado anterior (Freud, 1924).
Masoquismo femenino[5] es el nombre que Freud da a la perversión masoquista (1924).
El masoquismo es probablemente la base de todas las perversiones, y, en él, al igual que en todas las demás, la angustia es trasladada al campo del otro y el acento recae más en la eficacia de una escena impersonal que en la singularidad del objeto.
Masoquismo femenino[5] es el nombre que Freud da a la perversión masoquista (1924).
El masoquismo es probablemente la base de todas las perversiones, y, en él, al igual que en todas las demás, la angustia es trasladada al campo del otro y el acento recae más en la eficacia de una escena impersonal que en la singularidad del objeto.
Considerándola
en lo atinente al ello, diremos que, en la perversión, una pulsión parcial ha
sido llevada a primer plano y utilizada como unificadora de las demás pulsiones
parciales para armar una organización defensiva ante lo intolerable de la
sexualidad edípica y del sistema de diferencias que implica (Sachs, 1923)[6].
Este avance de lo pregenital por sobre la genitalidad es desventajoso porque
conlleva desmezcla de las pulsiones (aumento de la potencia destructiva de la
energía libre), y regreso a tipos de relación de objeto indiscriminadas y a
modalidades de funcionamiento psíquico con escaso nivel de complejidad.
Observándola
ahora en lo que tiene que ver con el yo, encontraremos en esta instancia una
escisión tajante, “una desgarradura” (Freud, 1940b, p. 275), que lleva a la
instauración simultánea de dos legalidades contrapuestas. En el sector
perverso comprobaremos que la desmentida de la castración, sostenida en un
pacto de complicidad con un progenitor seductor, distorsiona y destruye el
valor estructurante del Edipo, y que en el lugar de la escena primaria que lo
representa concretamente, se coloca un invento, algún tipo de neosexualidad
egosintónica fija que cumpla con la condición de borrar las diferencias (entre
el yo y el otro, de sexos, de generaciones) o de despojarlas de su
significación.
La
especificidad del masoquismo perverso está marcada por el contenido de las
dramatizaciones, reales o imaginarias, de ciertas modalidades de actividad
sexual estereotipadas que en su guion incluyen ataduras, golpes, maltratos,
fustigaciones, humillaciones, etc., y que se acompañan de sentimientos de
culpabilidad relacionados con la idea de haber realizado actos punibles
(masturbación infantil) por los cuales el sujeto, equiparado a un niño malo,
merece ser castigado con dolorosos tormentos. Freud sostiene que “es raro que
dentro de este contenido se incluyan mutilaciones”, y que, “cuando sucede, se
les impone grandes limitaciones” (Freud, 1924. P. 168).
Si avanzamos
un paso más para descubrir lo latente tras lo manifiesto, nos toparemos en los
masoquistas con una perversidad sexualizada, puesta en evidencia por los fines
destructivos y autodestructivos erotizados que, ocultos detrás de vivencias de
triunfo maníaco, subyacen al masoquismo y a cualquier otra perversión.
Es importante
consignar que el masoquismo perverso
puede aparecer como perversión propiamente dicha, es decir, como condicionante
y modo exclusivo de la satisfacción sexual perversa[7], o
simplemente como sustrato fantasmático de síntomas y actuaciones neuróticos.
El análisis de
las fantasías masoquistas revela que en las varias capas que las constituyen, a
través de diferentes tipos de deformaciones se intenta ocultar y mantener
reprimido un núcleo candente portador de mociones pulsionales infantiles
correspondientes al complejo de Edipo positivo y negativo.
Su
investigación también deja traslucir que se trata de productos mixtos
(Matte-Blanco 1968), que respetan en parte las leyes de la consciencia a la vez
que presentan las características del sistema inconsciente (Freud, 1915),
propias del modo de pensar simétrico. Según Matte-Blanco, estas características
constituyen uno de los descubrimientos más geniales y creativos de Freud
(Matte-Blanco, 1975). Para ejemplificar su manera de abordarlas lógicamente
utilizaremos una fantasía prototípica, escenificada en las prácticas ritualizadas
de un paciente masoquista a quien le proporcionaba un intenso placer sexual:
“soy golpeado en las nalgas por una mujer” (Reik, 1941, p. 25 a 30).
Investigando
sus fuentes concluimos que esta “fantasía de paliza” (Freud, 1919)[8] emerge
de un deseo proveniente de la vertiente invertida del Edipo: “soy amado por mi
padre”, degradado por vía de la regresión y expresado en términos masoquistas:
“soy castigado por mi padre”. El acto de ser amado se desplaza al de ser golpeado, por el cual la culpa asociada al
fin sexual prohibido (la unión genital con él) encuentra absolución [ambos
actos son incluidos mediante una generalización en una clase que los abarca:
“soy objeto pasivo de alguna acción por parte de mi padre”, y se tornan
idénticos a partir de la aplicación del principio de simetría dentro de esa
clase]. En este desplazamiento[9],
un detalle: el golpe en las nalgas (conducta a la que el padre era afecto:
solía aplicar juguetonas palmadas en el trasero a todas las mujeres de la
casa), se convierte en sustituto y símbolo de la totalidad: la relación sexual
íntegra [como corolario del principio de simetría, la parte es igual al todo].
La idea de ser
usado sexualmente por el padre como una mujer debe permanecer reprimida, porque
al provocar angustia de castración resulta insoportable su acceso a la
consciencia. El reemplazo del pene por las nalgas como zona erógena
preeminente, resuelve esta cuestión protegiendo al primero [el desplazamiento
implícito en esta sustitución también se explica mediante la inclusión de ambas
zonas en un mismo conjunto y la simetrización de sus elementos, responsable de
la disolución de las diferencias entre ellos].
La encargada
de propinar los golpes es una mujer, a la que podemos considerar como una
figura compuesta: por un lado, es la madre amada que se deseaba poseer (retoño
de la vertiente directa del Edipo) y también la madre que tenía al niño bajo su
dominio (resto de verdad histórica), y, por otro lado, es el padre
cariñoso-castigador. Evidentemente se trata de una condensación, por la cual una sola persona representa a otras dos
en sus distintos aspectos. Dicho de otra manera, inconscientemente varios
objetos tridimensionales ocupan un mismo espacio de más de tres dimensiones[10].
Otras
condensaciones son observables en la persona del paciente mismo, quien se
identifica, por supuesto, con la víctima que protagoniza la escena, pero
también con los otros dos personajes que la completan: el personaje activo que
da en ella rienda suelta a su sadismo y el observador externo que la atestigua.
Por más que se
detallen los requisitos que debe cumplir la mujer portadora del gesto punitivo,
en nuestro caso que fuera alta y hermosa y tuviera aspecto atemorizador, el
hecho de que en la fantasía los golpes tengan que ser propinados por una mujer, manifiesta con claridad la
irrupción de una modalidad de funcionamiento típica del inconsciente, para el
cual el único individuo reconocible es la clase. Esta mujer que golpea representa a la clase completa,
a la idea general establecida por la función proposicional que la define,
siendo por lo tanto irrelevantes sus atributos particulares.
Desde otra
perspectiva, la suplantación de la madre en la relación con el padre delata la
hostilidad contra ella y el rencor despertado por su infidelidad. Vemos que el
amor y el odio hacia un mismo objeto coexisten sin interferirse entre sí merced
a la ausencia de contradicción mutua:
amor=no-amor => amor=odio [no hay incompatibilidad posible entre opuestos
cuando lo afirmado y lo negado son integrados en un conjunto y tratados como
idénticos]. Siguiendo este mismo razonamiento, también los ingredientes básicos
del masoquismo: el placer y el dolor, pueden ser igualados simétricamente.
Otra de las
características del inconsciente en juego es la ausencia de tiempo, que se refiere tanto a la falta de modificación debida al paso del tiempo como a la
imposibilidad de ordenamiento temporal. Muchas fantasías masoquistas permanecen
casi inalterables durante extensos períodos, conservando intacto su poder
excitante, y en ellas momentos lógicamente sucesivos: placer prohibido
primero, castigo luego, pueden aparecer en un orden inverso (castigo primero,
placer luego) o simultáneamente (castigo y placer juntos), de acuerdo con una
temporalidad diferente a la corriente, que Matte-Blanco denomina concepción del tiempo compatible
(Matte-Blanco, 1996).
Finalmente,
llegamos a la última de las cinco principales características
del inconsciente: el reemplazo de la
realidad externa por la realidad psíquica, caso particular de desplazamiento
que lleva a la homologación de ambas realidades. Su presencia en cualquier
fenómeno masoquista se vuelve obvia si tenemos en cuenta que en ellos la
fantasía es un componente infaltable e imprescindible, y que en esta el
pensamiento mágico (plagado de simetrizaciones) juega un rol para nada
desdeñable.
Por último
nos referiremos al masoquismo moral, el cual superficialmente no aparenta tener
una relación tan estrecha con la sexualidad, y al que Freud ilustra
gráficamente con su frase: “el verdadero masoquista ofrece su mejilla toda vez
que se presenta la oportunidad de recibir una bofetada” (Freud, 1924, p. 171). Lo
que cuenta en esta peculiar actitud frente a la vida, que puede ser detectada
en todos en diferentes grados, es el sufrimiento en sí, y el sostén de una
economía psíquica que se asienta en el mantenimiento de una cierta medida de
dolor.
En función de este
tipo de masoquismo, el neurótico amedrentado se las arregla para padecer al
menos en un área de su vida, ofreciendo actos propiciatorios y solicitando
castigos expiatorios, y llegando incluso a dejarse arrastrar por la tentación
de obrar incorrectamente para recibir los amargos reproches de la consciencia
moral o las duras penas asignadas por diferentes representantes parentales.
En el
masoquismo moral lo central es la culpa, miedo-angustia que surge como expresión
de una tensión insalvable entre el yo y las desmedidas pretensiones del despiadado
superyó que perpetuamente se le opone (Freud, 1924).
·
Masoquismo y Superyó
Entre las
varias motivaciones que llevaron a Freud a introducir la segunda tópica se
destacan la intención de reflejar de un modo fidedigno, no tan abstracto e
impersonal como en la primera, el drama implícito en el conflicto entre
instancias detectado en cada sesión, y la necesidad de definir y de hacerle un
lugar específico en la teoría psicoanalítica al ideal, a ese conjunto de
representaciones éticas y estéticas cuyas huellas deletéreas se dejaban ver en
los infaltables sentimientos inconscientes de culpa, la implacable necesidad de
castigo y la sorprendente reacción terapéutica negativa (Freud, 1923).
En la obra
freudiana, el superyó, producto de la interiorización de la prohibición
cultural, se va perfilando cada vez con mayor nitidez como la instancia cuya
mayor o menor severidad determina la gravedad de las afecciones psíquicas. Paulatinamente va haciéndose clara la
idea de que el superyó, alimentándose de obediencia y renuncia, comanda la
autodestructividad violentándose ferozmente contra el sujeto en el ejercicio de
sus tareas de inspección, dominio, restricción, censura, crítica y sanción, y
valiéndose de las más tenaces resistencias para oponerse a la cura (Freud,
1923).
Matte-Blanco,
aun mostrándose crítico con respecto a la concepción tripartita freudiana[11],
y llegando incluso a ofrecer algunas ideas para reformularla, acuerda con Freud
en la importancia otorgada a la instancia superyoica. De hecho, en el esquema
unitario que presenta, en el que ubica al self
como protagonista encargado de ejercer tres tipos de funciones: éllicas, yoicas y superyoicas, se ve
obligado a diferenciar a las dos primeras de las terceras, caso particular de
combinación de las anteriores, y a sostener la necesidad de considerar a las
funciones superyoicas separadamente debido al especial rol que cumplen en la
vida psíquica. Tampoco duda con respecto a la crueldad del superyó, el cual, en sus términos, sería una parte escíncida del
self que expresa su enojo agresivamente, sin importarle el sufrimiento del yo central o incluso provocándolo
intencionalmente (Matte-Blanco, 1975).
Si bien el
superyó, como Freud lo establece, es el heredero del complejo de Edipo, para
comprender su origen debemos remontarnos a los tiempos preedípicos, más
precisamente a la etapa anal.
El proceso de separación de la madre mediante el cual el niño intenta huir de la devoración y de la retención para salvaguardar su incipiente yo recientemente catectizado, es facilitado por el ejemplo del padre, quien, presentándose como una persona libre e independiente, ajena a la díada primera, aparece como un modelo perfecto para encarnar a los ojos del niño la ansiada autonomía.
Simultáneamente, este mismo padre, necesitado, amado y admirado, es envidado, odiado y temido como un molesto rival que impide al hijo la relación exclusiva con la madre amenazándolo con la castración y con el retiro de su amor.
El proceso de separación de la madre mediante el cual el niño intenta huir de la devoración y de la retención para salvaguardar su incipiente yo recientemente catectizado, es facilitado por el ejemplo del padre, quien, presentándose como una persona libre e independiente, ajena a la díada primera, aparece como un modelo perfecto para encarnar a los ojos del niño la ansiada autonomía.
Simultáneamente, este mismo padre, necesitado, amado y admirado, es envidado, odiado y temido como un molesto rival que impide al hijo la relación exclusiva con la madre amenazándolo con la castración y con el retiro de su amor.
Hasta este
momento, al niño no le perturba que el padre ocupe posiciones irreconciliables,
pero luego, la tendencia de la vida psíquica a la unificación determina la
entrada en el complejo de Edipo, corolario de la emergencia de un conflicto
ineludible, que se complica aún más con el agregado de un nuevo lugar para el
padre, el de objeto sexual. El recurso que aparece al alcance de la mano para
salir de esta decisiva encrucijada es acceder a una identificación masiva con
el padre, solución sintomática mediante la cual se evita la pérdida del objeto
paterno en todas sus facetas, a la vez que se lo erige, en carácter de imago, como
fascinante objeto idealizado a emular y como vigilante interno de guardia
permanente, encargado de aquí en más y para siempre de coartar las
inextinguibles pretensiones incestuosas y de castigar todo amago de crimen parricida
(Freud, 1923).
Matte-Blanco
no se extiende en su obra especificadamente sobre la evolución del aparato
psíquico, pero podemos pensar que en el curso del periodo al que nos hemos
referido en el párrafo anterior, se producen en él importantes modificaciones
que afectan la relación entre los dos modos de ser, y que explican el pasaje de
una situación a-conflictiva a otra en
la cual el conflicto puede llegar a constituirse como tal. Una hipótesis
plausible al respecto podría basarse en la postulación de un incremento gradual
de la capacidad de establecer relaciones asimétricas por parte del niño,
impulsada y fortificada en gran medida por la adquisición del lenguaje,
instrumento privilegiado de la simbolización. Al consolidarse la separación
entre los estratos y aumentar la potencia discriminadora de los superiores, las
contradicciones e incoherencias simétricas
toleradas hasta un cierto día, de pronto se tornan inaceptables debido a lo
angustiantes que resultan, tanto en sí mismas como por las conclusiones que se
derivan de ellas, para una consciencia
que comienza a manejarse con elementos discretos contenidos en proposiciones
verdaderas o falsas y lógicamente vinculadas entre sí.
Si tomamos al
superyó como un síntoma, comprobamos que, en él, al igual que en todas las así
llamadas formaciones de compromiso, nos topamos con una combinación de mociones
pulsionales con sus respectivas defensas. Ya sea como representante del
intimidante jefe de la horda primitiva o como delegado del soberbio bebé
majestuoso, el superyó es una instancia que aúna las más altas aspiraciones de
sujeto, y que enarbola con orgullo las banderas de la arbitrariedad, el exceso
y la omnipotencia. Desde esta perspectiva el superyó aboga por el ello, del
cual se nutre energéticamente, reclamando la pronta satisfacción de todos los
deseos imaginables. Por otro lado, sabemos que también, y en paralelo, el
superyó se funda, en tanto representante del mundo externo (los padres, la
tradición), como una enérgica formación reactiva encargada de prohibir el
cumplimiento de estos mismos deseos y de transformar a la actitud mencionada
anteriormente en su opuesta, provocando en el sujeto sentimiento de
inferioridad y llevándolo a juzgarse y mostrarse como sumiso y desvalido
(Freud, 1923).
Desde el
momento en que el superyó consigue conformar al ello, al mundo externo y a sí
mismo como autoridad, en su propia estructura le muestra al yo, que está obligado
a generar constantemente conciliaciones entre las tres instancias a las que
sirve, un ejemplo de transacción perfectamente lograda, impresionándolo por
ello como un descollante arquetipo que se transformará en el ideal para su
querer-alcanzar (Freud, 1924).
Observándolo
desde la óptica de Matte-Blanco descubrimos que la antinomia propuesta por
Freud en El yo y el ello: “Así (como el padre) debes ser”; “Así (como el padre) no te es lícito ser” (Freud, 1923, p.
36), constituye una forma de exponer gramaticalmente la naturaleza bilógica (o
paradojal) del superyó.
Esta bilogicidad sería corroborada, además, por su constitución caleidoscópica, llevada a cabo a partir de innumerables imágenes parciales de una serie de objetos gloriosos e hiperpotentes: padres, maestros, autoridades, héroes, oscuro poder del destino (Freud, 1924), catapultadas en una estructura multidimensional.
Todos estos factores, dependientes de sus características intrínsecas, son los que lo tornan inaccesible a los estratos superiores de la mente, y son los que explican que el superyó, y sus emanaciones contradictorias, sean en gran parte inconscientes, y el hecho de que al sujeto, desconocedor de quien se oculta en su interior, solo le lleguen, procedentes de él, vociferaciones desgajadas que lo confunden e hipnotizan, llevándolo a transformase sin saberlo en su peor enemigo.
Esta bilogicidad sería corroborada, además, por su constitución caleidoscópica, llevada a cabo a partir de innumerables imágenes parciales de una serie de objetos gloriosos e hiperpotentes: padres, maestros, autoridades, héroes, oscuro poder del destino (Freud, 1924), catapultadas en una estructura multidimensional.
Todos estos factores, dependientes de sus características intrínsecas, son los que lo tornan inaccesible a los estratos superiores de la mente, y son los que explican que el superyó, y sus emanaciones contradictorias, sean en gran parte inconscientes, y el hecho de que al sujeto, desconocedor de quien se oculta en su interior, solo le lleguen, procedentes de él, vociferaciones desgajadas que lo confunden e hipnotizan, llevándolo a transformase sin saberlo en su peor enemigo.
El vínculo
entre el superyó y el yo es de tipo sadomasoquista, y, como dice Freud: “el
sadismo del superyó y el masoquismo del yo se complementan uno al otro y se
aúnan para provocar las mismas consecuencias” (1924, p. 175), pero más allá de
las tendencias masoquistas del yo, a las que nos hemos referido previamente, es
importante resaltar el carácter inevitablemente sádico del superyó. La
inusitada hostilidad de esta instancia superior
que gobierna al yo sería tributaria de las circunstancias que rodean su
formación, o sea, del hecho de tener como punto de partida la representación de
un padre odiado y odioso de quien se espera una venganza cruenta. A esta razón
histórica y contingente se le agrega otra, que tiene que ver con que la identificación
con la figura paterna se realiza, según Freud, a través de una incorporación
oral canibalística, modalidad regresiva de relación de objeto que conlleva
defusión pulsional. Esta última razón, de la cual podemos dar cuenta en
términos metapsicológicos, determina que el superyó condense energía
destructiva y presente, por lo tanto, siempre y necesariamente, grandes dosis
de sadismo (Freud, 1923).
Desde el
enfoque de Matte-Blanco podemos agregar que la visión del superyó como una
instancia terrorífica y siniestra es acentuada por una característica del modo
de funcionamiento del sistema inconsciente. En virtud de lo que Matte-Blanco
denomina Ley de los conjuntos infinitos
positivos o negativos, inconscientemente se le atribuyen a un objeto las
máximas potencialidades implícitas en la función proposicional que define a la
clase a la que pertenece, es decir, que sus cualidades se figuran siempre en
grado superlativo. En el caso particular que estamos estudiando, diríamos que
el yo se paraliza ante un superyó cuya maldad es sentida como incondicional, y cuyas propiedades persecutorias son
magnificadas al extremo[12] (Matte-Blanco,
1975).
Otro aporte de
Matte-Blanco al tema que estamos tratando surge de su conceptualización de la
introyección del objeto total, contraparte patológica acaecida en situaciones
de emergencia del proceso de asimilación psíquica que se da en condiciones
normales, merced al cual el sujeto adquiere ciertas cualidades de sus objetos,
a los que va fundiendo e integrando en el yo.
A diferencia del objeto adecuadamente metabolizado, el objeto completo introyectado forzadamente, en este caso el objeto paterno constituyente del superyó, permanece ajeno al yo, incrustado a la manera de un cuerpo extraño indigesto, que imprime rigidez a los procesos psíquicos vinculados con él, y que perturba la fluidez y adecuación de los intercambios con el medio (Matte-Blanco, 1941).
A diferencia del objeto adecuadamente metabolizado, el objeto completo introyectado forzadamente, en este caso el objeto paterno constituyente del superyó, permanece ajeno al yo, incrustado a la manera de un cuerpo extraño indigesto, que imprime rigidez a los procesos psíquicos vinculados con él, y que perturba la fluidez y adecuación de los intercambios con el medio (Matte-Blanco, 1941).
La fuerza con
la que el superyó logra imponer su punto de vista (la realidad -lo que debe ser tomado por cierto-, cómo son las cosas,
el bien y el mal, etc.) proviene de su posicionamiento en el aparato psíquico
como un enclave arcaico portador de la palabra del progenitor a cargo de la
supervivencia cuando se era inerme, y del hecho de que el superyó, “precipitado
del largo período de infancia durante el cual el ser humano en crecimiento vive
en dependencia de sus padres” (Freud, 1940a, p. 144), sigue funcionando luego,
anacrónicamente, a la manera de un amo que con su aprobación o abandono
determina la posibilidad de ser del sujeto[13].
No hay que
olvidar, además, que el carácter de ideal que el superyó detenta hace que el yo
vea en la posibilidad de fusionarse con él una fuente ilusoria de preciadas garantías
y satisfacciones narcisísticas y sexuales por las cuales está dispuesto a pagar
el precio de plegarse a sus normas y altas exigencias.
Si a esto le
sumamos la ubicuidad de la presencia superyoica proyectada indefinidamente y lo
inmodificable de sus rasgos en función de la atemporalidad del inconsciente, nos
acercamos a comprender el porqué de la innegable trascendencia de su aplastante
influencia.
·
Clínica del masoquismo:
Ampliando el
foco, veremos que en cualquier fenómeno psíquico hallaremos al sujeto y al
objeto, y a cada uno de ellos investido por ambas pulsiones (de vida y de
muerte). En consecuencia, siempre estarán en juego tanto el narcisismo y el
masoquismo como el amor objetal y el sadismo. Si ante la enorme complejidad que
esta situación implica en la labor clínica cotidiana, debemos elegir adónde
apuntar nuestros esfuerzos terapéuticos, una de las mejores opciones será dar
prioridad al masoquismo como factor patógeno esencial, y auxiliar al paciente a
librarse del pesado sojuzgamiento superyoico que lo oprime. Esta vía se
justifica al pensar que la persistencia de los síntomas, de las inhibiciones,
de las perturbaciones caracterológicas y de los vínculos patológicos, y, en
general, las grandes dificultades para efectuar modificaciones que observamos
en los pacientes, no son más que el resultado de la sumisión masoquista a los
rígidos mandatos del superyó, especie de patología estructural que trasciende
los diagnósticos y a la que nos tendremos que enfrentar en la totalidad de los
casos clínicos.
En función de
las resistencias en juego, este enfrentamiento nunca es fácil. En El problema económico del masoquismo,
Freud nos pone en alerta diciendo que la intensidad del sentimiento
inconsciente de culpa o necesidad de castigo “significa una de las resistencias
más graves y el mayor peligro para el éxito de nuestros propósitos”, y que su
satisfacción “es quizás el rubro más fuerte de la ganancia de la enfermedad” (Freud, 1924, p. 171). Para clarificar aún más este
punto agrega: “el padecer que la neurosis conlleva es justamente lo que la
vuelve valiosa para la tendencia masoquista” (Freud, 1924, p. 172). Ya antes,
en El yo y el ello, no dudaba en
afirmar, refiriéndose al factor moral,
que “este obstáculo para el restablecimiento demuestra ser el más poderoso” (Freud,
1923, p. 50). Más adelante, ya hacia el final de su vida, Freud insistirá con
la misma idea al sostener, en el Esquema
del psicoanálisis, que esta resistencia a la curación no solo es la que vuelve
ineficaz nuestro trabajo, sino también la responsable de que un padecer
neurótico cancelado sea prontamente sustituido por otro, y que el sentimiento
de culpa, “oriundo de la relación con el superyó y la necesidad de estar
enfermo anclada en unas profundas alteraciones de su economía pulsional”
(1940a, p. 181), es lo que lleva al individuo a creer que “no debe sanar, sino
permanecer enfermo, pues no merece nada mejor” (1940a, p. 180).
Desde el punto
de vista de la técnica, Freud, con gran prudencia, dice que “para defendernos
de la resistencia levantada por el masoquismo estamos limitados a hacerla
consciente y al intento de desmontar poco a poco ese superyó hostil” (1940a, p.
180). Para acercarnos al logro de este objetivo contamos con todas las
herramientas que la teoría y el dispositivo psicoanalíticos nos proveen, y
fundamentalmente con las oportunidades que nos ofrece el análisis de la
transferencia. Si entendemos a esta última como una repetición de la posición que el sujeto asumió en el Edipo
y como el modo simbólico de relación sexual del paciente con el analista, es
coherente que aprovechemos el paso de la neurosis común a la neurosis de
transferencia para investigar el sedimento de fantasía masoquista que, en cada
caso, se extiende por debajo de la sintomatología y sustenta las resistencias
superyoicas.
Con respecto al desmantelamiento del superyó, tenemos que tener en cuenta que seguramente será lento y arduo, porque no es sencillo desarmar ese ruin pacto con el diablo en virtud del cual el sujeto ofrece sacrificios a cambio de seudoprotección y falsas promesas de placeres imposibles, consintiendo en una autodestrucción, no sin cierta satisfacción libidinosa (Freud, 1924), convencido de que preserva su ser al precio de ser sufriente. Este proceso demandará, entre otras cosas, pérdida de aspectos omnipotentes, desidentificaciones y reconfiguración del sistema de valores, todas tareas que acarrearán sus correspondientes duelos, y con las cuales el paciente no estará dispuesto a comprometerse de buen grado.
Otro escollo en el camino puede estar dado por “pesimismo terapéutico” (Racker, 1960, p. 305) suscitado por la colusión del masoquismo del analista con el masoquismo del paciente, connivencia que, a gran escala, puede conducir al fracaso del análisis en general.
Con respecto al desmantelamiento del superyó, tenemos que tener en cuenta que seguramente será lento y arduo, porque no es sencillo desarmar ese ruin pacto con el diablo en virtud del cual el sujeto ofrece sacrificios a cambio de seudoprotección y falsas promesas de placeres imposibles, consintiendo en una autodestrucción, no sin cierta satisfacción libidinosa (Freud, 1924), convencido de que preserva su ser al precio de ser sufriente. Este proceso demandará, entre otras cosas, pérdida de aspectos omnipotentes, desidentificaciones y reconfiguración del sistema de valores, todas tareas que acarrearán sus correspondientes duelos, y con las cuales el paciente no estará dispuesto a comprometerse de buen grado.
Otro escollo en el camino puede estar dado por “pesimismo terapéutico” (Racker, 1960, p. 305) suscitado por la colusión del masoquismo del analista con el masoquismo del paciente, connivencia que, a gran escala, puede conducir al fracaso del análisis en general.
Si a pesar de todas
las dificultades nos empeñamos en procurar torcer el destino de la neurosis, dos figuras propuestas por Freud pueden
llegar a sernos útiles. La primera es la de la cosmovisión científica (Freud,
1913), alegoría de la posibilidad de cuestionamiento ilimitado y de la
supremacía de la argumentación sobre la autoridad. La segunda es la del poeta,
ilusionista creador de mundos que prosigue la obra interminable del niño que
juega (Freud, 1908). Ambas remiten, por diferentes caminos, al valor de la autonomía,
la creatividad, la interrogación y la renovación permanentes.
Matte-Blanco
no explicita su proyecto terapéutico, pero a partir de sus escritos es posible
inferir que acuerda en gran medida con las metas freudianas[14].
En cuanto al cómo, llama la atención que la técnica interpretativa que propone
requiere justamente que al analista utilice en forma conjunta sus aptitudes
científicas y poéticas, es decir, que sea preciso y meticuloso en lo que
concierne al descubrimiento de la trama preconsciente, y que se abra al
sentimiento poético (o al humor) y a la indeterminación de las amplias metáforas
capaces de contener múltiples significados para entrar en contacto y
comunicarse con lo que él llama la zona
inconsciente de las atmósferas (Matte-Blanco, 1968).
Que el
tratamiento no se estanque transformándose en una reedición de las situaciones
familiares que terminaron por minar la independencia y avasallar la subjetividad
del paciente, dependerá de que el analista, destituyéndose a sí mismo como
otrora lo hiciera el padre en su rol de ayudante, pueda despojarse de su
investidura oracular para desempeñarse como el facilitador de un análisis
protagonizado por un sujeto en ciernes que, paso a paso y utilizando los
recursos a su alcance, vaya asumiendo el derecho a pensar por sí mismo, a
inaugurar soluciones inéditas para sus viejos problemas, a transitar caminos
ignotos para concebir maneras de manejarse en la vida diferentes a las que
alguna vez le fueran enseñadas.
Desde esta
perspectiva la meta del análisis no es una cura idealizada, sino la
transformación de la neurosis en otra más erótica y benigna, que conlleve una disminución
de la angustia y la culpa, y en la que nuevas
y mejores modalidades para la resolución de los conflictos permitan alcanzar
más satisfacciones pulsionales directas y sublimadas; y, sobre todo, la
producción de un sujeto autónomo, capaz de mirarse con sus propios ojos y de
preguntarse sin topes acerca de los factores que lo condicionan.
En este enfoque lo importante es la creación y la ampliación del campo de juego para dar lugar a la palabra del paciente. Por lo tanto, las intervenciones analíticas deberán tender durante largos tramos simplemente a señalar contradicciones y lagunas, a deconstruir creencias establecidas y a estimular el despliegue del discurso, y habrá que cuidar que las interpretaciones y construcciones, más que otorgadas como formulaciones clausuradas, sean sugeridas, en el momento oportuno, como esbozos inacabados a ser proseguidos y enmendados por el paciente mismo devenido autor.
Como beneficio secundario ocasional de esta manera de proceder, se abre en nuestra profesión una fuente de satisfacción interesante, proporcionada por la posibilidad de disfrutar de la creciente libertad de los pacientes. Cada vez que uno de ellos se atreve a soltar las amarras que lo sujetaban para probar algo nuevo, somos testigos privilegiados de su metamorfosis, y de alguna manera también participamos de su cambio al sumergirnos confiados, en calidad de acompañantes a la vez íntimos y extranjeros, en la profundidad de la emoción de su viaje iniciático.
En este enfoque lo importante es la creación y la ampliación del campo de juego para dar lugar a la palabra del paciente. Por lo tanto, las intervenciones analíticas deberán tender durante largos tramos simplemente a señalar contradicciones y lagunas, a deconstruir creencias establecidas y a estimular el despliegue del discurso, y habrá que cuidar que las interpretaciones y construcciones, más que otorgadas como formulaciones clausuradas, sean sugeridas, en el momento oportuno, como esbozos inacabados a ser proseguidos y enmendados por el paciente mismo devenido autor.
Como beneficio secundario ocasional de esta manera de proceder, se abre en nuestra profesión una fuente de satisfacción interesante, proporcionada por la posibilidad de disfrutar de la creciente libertad de los pacientes. Cada vez que uno de ellos se atreve a soltar las amarras que lo sujetaban para probar algo nuevo, somos testigos privilegiados de su metamorfosis, y de alguna manera también participamos de su cambio al sumergirnos confiados, en calidad de acompañantes a la vez íntimos y extranjeros, en la profundidad de la emoción de su viaje iniciático.
·
Conclusión:
Luego del recorrido realizado, es
posible afirmar que las características del funcionamiento psíquico[15], las vicisitudes que acaecen
en los tiempos primeros de la constitución psíquica, la evolución psicosexual y
el desarrollo yoico, las tormentosas circunstancias edípicas que finalizan en
la consolidación del superyó y el tipo de vínculo que se establece entre el yo
y el superyó, determinan la inevitabilidad del surgimiento de tendencias
masoquistas que favorecerán la aparición de fenómenos regresivos y
psicopatológicos de distinta índole y que propenderán a impedir su modificación
en el tratamiento.
El masoquismo del yo se
complementa con el sadismo del superyó y colabora con su resistencia, “la más
oscura” (Freud, 1926, p. 150), por ser la que retiene al sujeto en la
enfermedad y lo empuja a buscar el sufrimiento, y la más importante, por ser la
que, al limitar en menor o mayor medida el abordaje de las restantes, frena,
dificulta o directamente imposibilita el desarrollo del proceso psicoanalítico.
De ello se desprende que el pormenorizado análisis del masoquismo y su apropiada
elaboración, sumados al debilitamiento del superyó y a la transformación del
sistema de sentidos cerrado que conlleva, sean condiciones ineludibles del
progreso analítico.
Con respecto a Matte-Blanco, autor
profundamente freudiano, consideramos que sus ideas sirven para formalizar los
conocimientos que integran la teoría psicoanalítica, y que la elucidación
lógico conceptual que se consigue utilizando sus herramientas aporta claridad y
ayuda en gran medida a comprender mejor, y por ende a aplicar con mayor
facilidad en el trabajo analítico, todo aquello que, con su inigualable estilo
y perspicaz agudeza clínica, Freud nos transmite a lo largo de su inmensa obra.
Bibliografía:
Freud, S. (1908). El creador
literario y el fantaseo. Obras Completas,
Tomo IX, Buenos aires, Amorrortu editores.
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(1913). Tótem y tabú. Obras Completas, Tomo XIII, Buenos
Aires, Amorrortu editores.
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(1919). «Pegan a un niño». Contribución al
conocimiento de la génesis de las perversiones sexuales. Obras Completas, Tomo XVII, Buenos aires, Amorrortu editores.
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(1920).
Más allá del principio del placer. Obras
Completas, Tomo XVIII, Amorrortu editores.
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(1924). El problema económico del masoquismo. Obras Completas, Tomo XIX, Buenos Aires,
Amorrortu editores.
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Amorrortu editores.
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(1940a). Esquema del psicoanálisis. Obras Completas, XXIII, Buenos Aires,
Amorrortu editores.
Matte-Blanco, I. (1941). On introjection and the processes of psychic metabolism. The International Journal of Psychi-Analysis, Vol. 22, N| 1, 1941, London, The Institute of Psychoanalysis.
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(1959). El
concepto de enfermedad en patología mental. Revista
Chilena de Psicoanálisis, Vol. 12, N° 2, 1995, Santiago de Chile,
Asociación Psicoanalítica Chilena.
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(1975). The unconscious as infinite sets, London, Karnak Books, 1998.
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(1988). Thinking, feeling and
being, London, Routledge, 2005.
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(1996). “El
espíritu de la geometría” de René Magritte. Revista
Chilena de Psicoanálisis, Vol. 13, N° 2, diciembre 1996, Santiago de Chile, Asociación Psicoanalítica Chilena.
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(2005). The four antinomies´s of the death instinct. The International Journal of Psycho-Analysis,
Vol. 86, N° 5, 2005, London, The
Institute of Psychoanalysis.
Racker, E. (1960). Estudios sobre técnica
psicoanalítica, Buenos Aires, Paidós, 1979.
Reik, T. (1941). El masoquismo en el
hombre moderno. Nova. Buenos Aires. 1949.
Sachs, H. (1923). Sobre la génesis de las perversiones. Imago: Revista de psicoanálisis, psiquiatría y psicología, N° 5, 1977, Buenos Aires, Letra Viva.
Sanchez-Cardenas, M. (2012). El pensamiento de Matte-Blanco y el pluralismo epistemológico
en psicoanálisis. Libro anual de
psicoanálisis, Vol. 27, 2012, San Pablo, Escuta.
[1] Matte-Blanco cree que las nociones vinculadas a la energía no han
tenido una evolución teórica favorable dentro de la doctrina psicoanalítica, y
que ya no resultan adecuadas para describir y explicar los fenómenos mentales.
[2]
En su modelo Matte-Blanco establece convencionalmente cinco de estos niveles o
estratos.
[3] Matte-Blanco afirma
que la lógica del modo simétrico (o del sistema inconsciente) puede explicarse
en base a dos principios: el principio de generalización y el principio de
simetría. El principio de
generalización forma parte de la lógica tradicional. Es la expresión de un
procedimiento lógico que lleva a la formación de clases progresivamente más
amplias a partir de elementos discretos y subclases que permanecen distinguibles
entre sí a pesar de tener algo en común. De acuerdo con este principio, un
individuo es visto como un miembro de una clase, a su vez esta clase es
considerada como una subclase de una clase más general, y así sucesivamente. El principio de simetría,
en cambio, se aparta de la lógica clásica. En función de este principio se toma
a las relaciones asimétricas como si fueran simétricas, es decir, que la
inversa de una relación es considerada idéntica a esa relación (por ejemplo, si
Juan es padre de Pedro, Pedro es padre de Juan). Es un principio que se
caracteriza por generar homogeneidad, ya que uno de sus corolarios establece
que cada parte de un conjunto es idéntica a cualquier otra
parte y también al conjunto entero (por ejemplo, si el brazo es parte del
cuerpo, el brazo es igual a la pierna y al cuerpo entero).
[4] Bi-lógico se refiere a la coexistencia
de los dos tipos de lógica. Es importante aclarar que, así como el inconsciente no es una forma de patología, tampoco las producciones bi-lógicas, entrañan necesariamente perturbaciones psíquicas, y que podemos encontrarlas en todos los campos de la actividad humana, como la política, la ciencia, el arte, etc., y también en las interpretaciones psicoanalíticas. De hecho, Matte-Blanco sugiere clasificarlas en cada caso simplemente como estructuras bilógicas vitales o no vitales, sin tomar en cuenta los montos de simetría operantes en ellas.
[5] Femenino remite a que, según Freud, el sujeto se
transfiere en sus fantasías a situaciones supuestamente características de la
femineidad, fundamentalmente a ser castrado.
[6] Sachs aclara que “la pulsión parcial no se prolonga directamente en la perversión sino recién después de haber pasado por el conflicto edípico”, y que en la “lucha de pulsiones vence sólo aquel que consigue el mayor premio de placer”.
[7] Salvo situaciones extremas, no es el contenido manifiesto lo que define a la perversión. El carácter perverso de un acto depende de su contenido latente, de la intencionalidad que lo precede. Además, para que podamos hablar de perversión tiene que haber satisfacción sexual directa, porque siempre se trata de perversión sexual.
[7] Salvo situaciones extremas, no es el contenido manifiesto lo que define a la perversión. El carácter perverso de un acto depende de su contenido latente, de la intencionalidad que lo precede. Además, para que podamos hablar de perversión tiene que haber satisfacción sexual directa, porque siempre se trata de perversión sexual.
[8] En «Pegan
a un niño», Freud sostiene que las fantasías de ser-azotado, “conjunción de
consciencia de culpa y erotismo”, surgen en ambos
sexos de la ligazón incestuosa con el padre, y que en los casos masculinos
suelen aparecen en “masoquistas genuinos en el sentido de la perversión
sexual”. Dice que su análisis enseña que poseen una “historia evolutiva nada simple,
en cuyo transcurso su mayor parte cambia más de una vez”.
[9] Desde el punto de vista lógico el nombre desplazamiento deja de estar
justificado, por ser innecesaria la referencia a catexias (carga,
libido, energía) que se desplazan.
[10] Matte-Blanco considera al inconsciente en términos de una espacialidad
multidimensional. Sostiene que lo que al modo de pensar corriente le parece
caótico se torna comprensible al recurrir a un espacio de más de tres
dimensiones, en el cual varios volúmenes pueden interpenetrarse mutuamente.
[11] Matte-Blanco considera que el esquema propuesto por Freud en la segunda
tópica representa el resultado patológico de una escisión extrema. Además,
lamenta el daño sufrido por el concepto de inconsciente a partir de la
introducción de la segunda tópica. En su opinión, tomar al inconsciente como una
cualidad o reemplazarlo por el ello no hace honor al principal legado
freudiano: el inconsciente como verdadera
realidad psíquica.
[12] También las propias tendencias masoquistas
magnificadas aterran al yo.
[13] Como dice
Matte-Blanco, “el superyó es el representante de los padres en el interior de
la psiquis, y continúa actuando aun cuando éstos ya no están presentes” (1959,
p. 17).
[14] En uno de sus artículos dedicado al tema de la interpretación,
Matte-Blanco presenta un caso clínico en el que se evidencia su intención de
auxiliar al paciente para que pueda desembarazarse de lo impuesto y seguir su
propio camino.
[15] Según Freud, con dos tipos de energía: libre y arrasadora o ligada vitalmente a representaciones; según Matte-Blanco, con dos modos de ser: simétrico y asimétrico.
Comentario a la monografía “Masoquismo, estudio
del concepto a la luz de las ideas de Freud y Matte-Blanco” de la Lic. Margarita Artusi
Desde un principio Margarita Artusi
hace una descripción y articulación precisa de las epistemologías freudiana y
Matte-Blanquiana. Nos muestra que hay un correlato posible entre ambos modelos.
Del choque de fuerzas del proceso primario con el proceso secundario a la
antinomia fundamental entre el modo asimétrico y el modo simétrico que postula
Matte Blanco.
Ya introducidos en el tema me pregunto si la eficacia de la autora en conducirnos tan rápidamente hacia una epistemología novedosa no se debe sino a la habilidad con la que nos lleva a establecer simetrías entre ambos modelos.
¿Será entonces necesaria la simetría para poder apropiarnos de un concepto, haciendo lo nuevo homólogo a lo preexistente? Es notable como el concepto de simetría nos lleva al espejo, y éste a los procesos de identificación.
Hacer homólogo la parte al todo pre-existente, ¿no es una forma de, por así decir, ‘matar’ lo novedoso de aquello, pero requisito indispensable para permitir su incorporación? Así, como en la incorporación oral canibálica, el proceso implicaría la destrucción de aquello heterogéneo para poder ser metabolizado y asimilado a lo homogéneo.
El concepto de muerte psíquica que se nos ofrece es por un lado representado por la extinción de las diferencias. El modo freudiano nos acerca a la idea de ausencia de energía o falta de momentum (inercia). Ambos modelos, el lógico-matemático y el biofísico, están mucho más cerca de lo que a primera vista podría sospecharse: para el curioso, basta con pensar en el concepto de tensión eléctrica (el que fácilmente nos lleva al concepto de energía). La propia Física se encarga de describir la tensión eléctrica como una “Diferencia de Potencial”. Habrá energía siempre y cuando exista una diferencia, cuando se agota la diferencia de potencial… se ha agotado la energía. Cuando se agotan las diferencias, reina la pura simetría.
Margarita nos enseña que de la misma manera en que la simetría conduce a la muerte psíquica también nos lleva hacia un momento mítico originario de fusión, quedando entonces conectados los conceptos de pulsión de muerte y narcisismo primario. Un paso más y nos encontramos con el masoquismo primario como uno de los reflejos del narcisismo, que “se ofrece abiertamente como una diana –masoquista- para recibir todo el impacto del embate del caudal pulsional irrestricto” (pág. 5)
Del recorrido por las tres formas de masoquismo, sobresale una vez más la claridad con la que es presentado un tema complejo en la teoría psicoanalítica. La cita a Sachs es esclarecedora cuando presenta al masoquismo femenino (perversión masoquista) como una organización defensiva ante la sexualidad edípica y su sistema de diferencias (¿de nuevo la antinomia fundamental asoma su nariz aquí?).
La presentación del tema nos deja listos para la articulación de Masoquismo y Superyó. Margarita se adentra en la metapsicología del superyó cuando nos advierte que el superyó, tomado como síntoma, combina mociones pulsionales y defensas, y lo presenta como encarnación de aquel niño majestuoso del narcisismo primario, que no es otra cosa que un niño arrogante, déspota, omnipotente y cruel.
La lectura del superyó como un abogado del ello, la realidad externa y de sí mismo, lleva a pensar en la idea de un superyó que se identifica con todo lo que es omnipotencia: omnipotencia de los deseos, omnipotencia de los mandatos culturales. Como si se tratara de una formación que solamente toma partido por el más fuerte. En palabras de la monografía “constitución caleidoscópica, llevada a cabo a partir de innumerables imágenes parciales de una serie de objetos gloriosos e hiperpotentes”.
La autora nos describe un escenario donde la relación entre yo y superyó está determinada por el carácter del exceso: “el yo se paraliza ante un superyó cuya maldad es sentida como incondicional” y donde “las propias tendencias masoquistas magnificadas aterran al yo”.
De la clínica del masoquismo, Margarita ubica en la sumisión masoquista del yo a los mandatos rígidos del superyó una “especie de patología estructural” que transversalmente atraviesa todos los diagnósticos. De ahí desprende la importancia de su abordaje. ¿Cuáles son las herramientas idóneas? Aquí se nos recuerda que el análisis de la transferencia se presta para investigar el sedimento masoquista en las fantasías en juego, pero también nos advierte que el masoquismo puede jugar del lado del analista también, cuando evoca a Racker y su conceptualización del “pesimismo terapéutico”.
Pero de la mano de la autora podríamos salir airosamente de esa atmósfera pesimista con su reseña a las propuestas freudianas (el cuestionamiento ilimitado y la supremacía de la argumentación sobre la autoridad, y la salida creadora del poeta, ilusionista creador de mundos)
El último párrafo de esta sección es una recomendación brillante para todos los analistas, recordándonos cuál es nuestro lugar y con cuánto cuidado tenemos que respetar y abrigar la independencia y subjetividad del paciente, para no convertirnos nosotros, también, en amos del sentido.
Del párrafo final de las conclusiones, extraigo la siguiente cita “…el pormenorizado análisis del masoquismo y su apropiada elaboración, sumados al debilitamiento del superyó y la transformación del sistema de sentidos cerrado que conlleva, sean condiciones ineludibles del progreso analítico” ¿Progreso del psicoanálisis también?
Ya introducidos en el tema me pregunto si la eficacia de la autora en conducirnos tan rápidamente hacia una epistemología novedosa no se debe sino a la habilidad con la que nos lleva a establecer simetrías entre ambos modelos.
¿Será entonces necesaria la simetría para poder apropiarnos de un concepto, haciendo lo nuevo homólogo a lo preexistente? Es notable como el concepto de simetría nos lleva al espejo, y éste a los procesos de identificación.
Hacer homólogo la parte al todo pre-existente, ¿no es una forma de, por así decir, ‘matar’ lo novedoso de aquello, pero requisito indispensable para permitir su incorporación? Así, como en la incorporación oral canibálica, el proceso implicaría la destrucción de aquello heterogéneo para poder ser metabolizado y asimilado a lo homogéneo.
El concepto de muerte psíquica que se nos ofrece es por un lado representado por la extinción de las diferencias. El modo freudiano nos acerca a la idea de ausencia de energía o falta de momentum (inercia). Ambos modelos, el lógico-matemático y el biofísico, están mucho más cerca de lo que a primera vista podría sospecharse: para el curioso, basta con pensar en el concepto de tensión eléctrica (el que fácilmente nos lleva al concepto de energía). La propia Física se encarga de describir la tensión eléctrica como una “Diferencia de Potencial”. Habrá energía siempre y cuando exista una diferencia, cuando se agota la diferencia de potencial… se ha agotado la energía. Cuando se agotan las diferencias, reina la pura simetría.
Margarita nos enseña que de la misma manera en que la simetría conduce a la muerte psíquica también nos lleva hacia un momento mítico originario de fusión, quedando entonces conectados los conceptos de pulsión de muerte y narcisismo primario. Un paso más y nos encontramos con el masoquismo primario como uno de los reflejos del narcisismo, que “se ofrece abiertamente como una diana –masoquista- para recibir todo el impacto del embate del caudal pulsional irrestricto” (pág. 5)
Del recorrido por las tres formas de masoquismo, sobresale una vez más la claridad con la que es presentado un tema complejo en la teoría psicoanalítica. La cita a Sachs es esclarecedora cuando presenta al masoquismo femenino (perversión masoquista) como una organización defensiva ante la sexualidad edípica y su sistema de diferencias (¿de nuevo la antinomia fundamental asoma su nariz aquí?).
La presentación del tema nos deja listos para la articulación de Masoquismo y Superyó. Margarita se adentra en la metapsicología del superyó cuando nos advierte que el superyó, tomado como síntoma, combina mociones pulsionales y defensas, y lo presenta como encarnación de aquel niño majestuoso del narcisismo primario, que no es otra cosa que un niño arrogante, déspota, omnipotente y cruel.
La lectura del superyó como un abogado del ello, la realidad externa y de sí mismo, lleva a pensar en la idea de un superyó que se identifica con todo lo que es omnipotencia: omnipotencia de los deseos, omnipotencia de los mandatos culturales. Como si se tratara de una formación que solamente toma partido por el más fuerte. En palabras de la monografía “constitución caleidoscópica, llevada a cabo a partir de innumerables imágenes parciales de una serie de objetos gloriosos e hiperpotentes”.
La autora nos describe un escenario donde la relación entre yo y superyó está determinada por el carácter del exceso: “el yo se paraliza ante un superyó cuya maldad es sentida como incondicional” y donde “las propias tendencias masoquistas magnificadas aterran al yo”.
De la clínica del masoquismo, Margarita ubica en la sumisión masoquista del yo a los mandatos rígidos del superyó una “especie de patología estructural” que transversalmente atraviesa todos los diagnósticos. De ahí desprende la importancia de su abordaje. ¿Cuáles son las herramientas idóneas? Aquí se nos recuerda que el análisis de la transferencia se presta para investigar el sedimento masoquista en las fantasías en juego, pero también nos advierte que el masoquismo puede jugar del lado del analista también, cuando evoca a Racker y su conceptualización del “pesimismo terapéutico”.
Pero de la mano de la autora podríamos salir airosamente de esa atmósfera pesimista con su reseña a las propuestas freudianas (el cuestionamiento ilimitado y la supremacía de la argumentación sobre la autoridad, y la salida creadora del poeta, ilusionista creador de mundos)
El último párrafo de esta sección es una recomendación brillante para todos los analistas, recordándonos cuál es nuestro lugar y con cuánto cuidado tenemos que respetar y abrigar la independencia y subjetividad del paciente, para no convertirnos nosotros, también, en amos del sentido.
Del párrafo final de las conclusiones, extraigo la siguiente cita “…el pormenorizado análisis del masoquismo y su apropiada elaboración, sumados al debilitamiento del superyó y la transformación del sistema de sentidos cerrado que conlleva, sean condiciones ineludibles del progreso analítico” ¿Progreso del psicoanálisis también?
Lic. Matías Buzzo Pipet
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