Texto leído en la presentación de este libro en APA (26/9/2019)
Cuando era estudiante de psicología nos juntábamos en mi casa con una compañera de la facultad a prepararnos para rendir los exámenes de la carrera. Ella tenía menos tiempo porque trabajaba más horas, así que yo la recibía con los textos ya leídos y resumidos para poder contarle rápidamente de qué se trataban. Nos reuníamos principalmente para estudiar psicoanálisis y recuerdo que, más de una vez, en medio de mis relatos y explicaciones, me sorprendí diciendo “porque Freud me dijo que…”. En aquellos momentos nos reíamos de mis ataques de megalomanía y seguíamos debatiendo acaloradamente. Si evoco hoy estos actos sintomáticos es porque que me parece que revelan un elemento que emerge en mí y quizás también en otros con cierta frecuencia durante la lectura: el anhelo de poder hablar con el autor del texto que tenemos entre manos. Creo que el libro laboriosamente entretejido a partir de conversaciones de Oxana Nikitina con Luis Antonio Chiozza, es una muestra de este deseo hecho realidad.
En general, los libros son unitarios, y cuando no lo son, integran
colecciones de un número variable de volúmenes, o series de dos o tres tomos. Es
un suceso bastante inaudito que un conjunto de libros conformen, como en el
caso de “Sí, pero no de esa manera” y “¿Por qué
allí? ¿Por qué ahora?”, una pareja. Así que hoy,
aunque hablaré más del libro azul, no
podré dejar de referirme a su compañero, el libro
verde, del que surgió probablemente como una extensión.
Comenzaré comentando los títulos, que en ambos libros rinden homenaje a Viktor
von Weizsaecker.
El nombre del libro verde alude a la postura de este autor, contrario a
combatir a las enfermedades desde afuera como si no tuvieran nada que ver con
las crisis biográficas del enfermo, y constituye una fórmula que expresa con
brevedad en qué consiste ese maravilloso proceso de transformación, al que
todos los que estamos aquí presentes nos hemos confiado, llamado tratamiento
psicoanalítico.
El nombre del azul, por otro lado, está conformado por dos preguntas que
preanuncian la importancia del preguntar en el interior del libro.
En cuanto a los subtítulos de sendos libros, asistimos en ellos a lo que,
hasta dónde sé, es la flamante inauguración de una palabra inédita, que se destaca
subrayada en rojo cuando la escribimos en Word, y a la cual fácilmente, mediante
un simple clic, podemos Agregar al
diccionario. El término en cuestión que, según lo que entiendo, equivale en
la concepción chiozziana a psicoanálisis propiamente dicho, es “psicosomatología”,
vocablo específicamente creado para nominar a la disciplina que indaga en el vasto
territorio de lo psicosomático, al
cual, en virtud de nuestros límites, sólo lo podemos percibir o considerar
desde una sola perspectiva a la vez, es decir, en su aspecto somático, como
corporalidad física y espacial, o en su aspecto psíquico, como significado
histórico (vicisitud que no debería hacernos olvidar que cuerpo y alma no son
cosas diferentes, sino formas distintas de referirse a lo mismo que emergen
como productos determinados por nuestra modalidad de construcción de la
realidad).
Pasando ahora a los agradecimientos y a los prólogos, lo primero que
llamó mi atención, fueron las actitudes afectivas de los autores, que obraron, según
creo, como factores favorecedores de su fluyente productividad: en el verde,
gratitud (de Chiozza a Oxana por su “interés y entusiasmo”), en el azul, admiración
(de Oxana hacia Chiozza, por la conmovedora autenticidad, la profundidad y la
generosidad de su persona, la amplitud de su obra y la significancia y originalidad
de su enfoque). Creo que ambas contribuyen a la creación de una atmósfera
transferencial predominantemente positiva, en el vínculo entre maestro y alumna
(que también son colegas), cuyas emanaciones desbordan los confines del libro y
se extienden hacia los lectores, involucrándonos, e invitándonos a aproximarnos
y a participar de la fecundidad de su encuentro.
Como sostiene Ignacio Matte-Blanco: “feeling
is the mother of thinking”, y como lo sugiere en el título de uno de sus grandes
libros, pensar, sentir y ser se integran, en los casos afortunados, en un blend equilibrado y armónico. El libro
verde pretende ser un “libro de texto” que muestre la “manera de pensar el
psicoanálisis” de Chiozza, lo cual no es fácil, tratándose de un pensamiento
tan abarcador y tan complejo, y aún lo es menos si se propone evadir la “aridez
del intelecto abstracto”. Si lo consigue, es porque se las arregla para
transmitir, además de lo central de sus ideas, su manera de sentir y de ser,
plasmada en su estilo para hacer, que se concreta en la práctica de una clínica
psicoanalítica y en el ejercicio de una producción teórica singulares. Pero
como todo texto es siempre inevitablemente inconcluso y en este libro en
particular la condensación es extrema en algunas secciones, veo al libro azul como
un complemento, que viene raudo en su ayuda, y que, repasando y desplegando su
contenido, cumple con el propósito de re exponerlo en el formato de un “diálogo
amigable” a través de la intermediación de Oxana como lectora participante.
Otra intención, explícita en el verde e implícita en el azul, es la de
servir como introducción a ulteriores lecturas. Objetivo que alcanzan, ya que
es muy difícil transitar las páginas de estos libros sin verse tentado a
ahondar en la investigación bibliográfica.
Pasaré ahora al cuerpo del libro azul y, sin limitarme a redactar una
reseña lineal, comentaré brevemente algunas de las cosas que se me fueron
ocurriendo mientras lo leía.
En su famoso Diccionario de Filosofía, José Ferrater Mora, dice que el
preguntar puede ser visto como un modo de ser de la existencia humana. Señala
que, paradójicamente, sólo se puede preguntar sobre aquello que se sabe, y une
al preguntar tanto con la idea de regresar a las cuestiones más fundamentales
como a la bella imagen de abrir un
horizonte.
A lo largo del libro azul, algunas de las intervenciones de
Oxana son comentarios, pero en su gran mayoría constituyen preguntas, muchas
preguntas, más de 100 preguntas, 117 preguntas en total si no me equivoco, que
justamente sirven a dos fines: volver a los temas cardinales de la
psicosomatología desarrollados en el libro verde y explayarse sobre ellos, explicándolos
y ejemplificándolos de otro modo.
Al pensar en las preguntas y al cuestionarme acerca de ellas acudió a mi
mente una escena de la película de Gus Van Sant, Finding Forrester (2000), protagonizada por Sean Connery, que muestra una de las primeras
reuniones entre un renombrado escritor y un adolescente talentoso. Ante una
sugerencia del primero: que revuelva la sopa antes de que se cuaje, el joven discípulo
le pregunta por qué a la sopa de su casa eso nunca le sucede, y luego, al verlo
filmar a un pájaro desde su ventana, le pregunta si nunca sale de su casa.
Forrester lo mira contrariado y le dice que le hubiera convenido quedarse con
la primera pregunta, a la que tilda de “soup
question”, aclarándole que el punto de una pregunta reside en obtener
información que nos importe de verdad, que se dirija a algo que por algún
motivo nos afecte personalmente. A lo largo del libro azul podemos acompañar a
Oxana en la apetencia que la urge a preguntar y a reformular algunas de sus
preguntas en series in crescendo en
cuanto a su grado de perentoriedad, pero cuando más nos identificamos con ella es
en aquellos momentos en los que descubrimos de golpe el inconfundible sabor de
una pregunta-sopa (de esas que cuando
era pequeña, mi hija saludaba exclamando: “¡Que pregunta tan preguntona!”).
Etimológicamente la palabra “preguntar” deriva del latín percontari, que a su vez proviene de contus, utensilio usado por los
navegantes para tantear el lecho del río, para sondear su fondo, es decir que,
con la eficacia propia del símbolo, este término nos muestra una porción muy sugestiva
de aquella situación global a la que es capaz de representar. Empapándonos de
su sentido literal, podemos figurarnos el acto de preguntar como una tarea que,
dependiendo de cómo responda quien reciba la interrogación, nos sirve para avanzar
en el interminable camino del conocimiento por regiones que presentan diferentes
profundidades, algunas más o menos superficiales y otras de una mayor hondura,
algunas incluso insondables, que son las que nos motivarán a proseguir buscando
(buceando).
Pasando ahora a las respuestas de Chiozza, considero que algunas de ellas
simplemente explican determinados tópicos, ya sea de psicoanálisis en general o
específicamente de algunos de sus aportes, otras esclarecen brillantemente
zonas oscuras o brumosas. Pero no puedo negar que determinadas respuestas me
resultan movilizadoras y hasta incómodas podría llegar a decir. Chiozza es un
autor respetuoso, ordenado, didáctico… pero entonces, ¿qué es lo que hace que
en ocasiones lo que dice me resulte difícil de aprehender o incluso me
descoloque? Y seguramente esto no me pasa sólo a mí. Sin ir más lejos, Oxana
expresa al comienzo del libro su intriga por la polarización de las reacciones de
los analistas ante el pensamiento de Chiozza, que yo unificaría en una
ambivalencia oscilante, más o menos cargada hacia un lado o hacia el otro.
Dejando de lado las resistencias obvias determinadas por la animadversión hacia
la enfermedad por casi todos admitida, su usual apartamiento de lo consensual,
y el hecho de que sus palabras responden no sólo a las preguntas de Oxana, sino
a las que él mismo tuvo que haberse planteado previamente, y que sólo
significarán algo para quienes compartan su curiosidad por aquello a lo que
apuntan, me atrevo a destacar dos obstáculos epistemológicos (interrelacionados)
que traban, pero a su vez favorecen, siempre y cuando se logre superarlos, el
abordaje y aprovechamiento de sus ideas.
Uno es la falta de demarcaciones tranquilizadoras. Me parece que Chiozza
es, entre otros, un autor del continuum. Para él la capacidad simbólica, lejos
de ser una prerrogativa humana, se expande hacia lo más carnal del ser humano y
hacia afuera de él, alcanzando el mundo animal e incluso el reino biológico en
su totalidad; además, en su concepción, desde una célula a la biosfera
completa, no se sabe muy bien en dónde empieza y en dónde termina el individuo;
lo mismo sucede con la patología, que puede afectar a un órgano, a un pueblo, o
incluso a la humanidad en su conjunto; o con el acto fallido, desde el traspié
al trastorno; y así podría proseguir con otros ejemplos. Creo que la amplitud
de esa mirada sobre una inmensidad sin alambrados a veces puede resultar abrumadora.
El otro escollo proviene del hecho de que Chiozza, como lo delata el
tono poético que a menudo asoma en su escritura, se maneja en el plano
intelectual, con elaboraciones que trascienden el clásico pensamiento racional,
utilizando estructuras y razonamientos, y en general un estilo, que desde una
perspectiva Matte-Blanquiana llamaríamos bilógicos y bimodal respectivamente,
que requieren para su aceptación de un funcionamiento en proceso terciario nada
fácil de sostener, que implica trabajar con lo asimétrico y lo simétrico conjuntamente
(o dicho de otra manera, que requiere poder establecer diferencias sin dejar de
atribuir importancias). Por ejemplo, su concepción de lo psicosomático,
fundamental en su enfoque, remite a un modo simétrico de ser y sentir que sólo
podemos captar y pensar asimétricamente, traduciéndolo.
Otros ejemplos nos conducen a la utilización por parte de Chiozza de lo
que Albert Rothenberg conceptualiza como uno de los tres procedimientos específicos
utilizados por las personas altamente creativas, el pensamiento janusiano, que
consiste en concebir dos o más elementos opuestos o antitéticos
simultáneamente, lo cual tampoco es sencillo. La muestra más evidente que hallé
es el de “consciencias inconscientes” (expresión que remite a los incontables
estratos dotados de actividad significante inconscientes para la consciencia
habitual); otra podría estar dado por la imbricación que postula entre cultura y
natura confluyendo en la culturaleza;
y seguramente hay más.
Desbrozando el terreno de racionalizaciones, finalmente nos
interesaremos por un autor, lo incorporaremos y asimilaremos, si conseguimos
amarlo y odiarlo en su justa medida, pero más allá de cuánto tomemos o
rechacemos su influencia a nivel consciente, es en el propio trabajo clínico
donde notaremos realmente su indiscutible impronta.
Por supuesto, hay muchas más cosas de las que
podría seguir hablando, pero me contentaré con decir que estos libros, tanto el azul como el verde, trazaron para mí un sendero,
y el percatarme de cuánto me modificó empezar a transitarlo fue lo que me
condujo a escribir lo que manifestaré, para terminar, en el último párrafo.
Afortunadamente, leemos muchos libros en esta profesión. A los que catalogo
como buenos, puedo dividirlos, independientemente de las corrientes a las que
adhieran, en dos grandes grupos. En uno incluyo a los que agregan ramas, hojas,
y hasta flores y frutos a los árboles que pueblan nuestros marcos
referenciales. En el otro, a los que funcionan como rayos de sol que derriten
imperceptible o flagrantemente el hielo de nuestros endurecidos glaciares
teóricos eliminando prejuicios, redefiniendo conceptos, confirmando intuiciones
o haciendo vibrar nuevas ideas y emociones. Al libro de Luis (ya entré en
confianza) y de Oxana, a quien admiro por esa valentía loca demostrada al irse
a vivir a 13.500 kilómetros de distancia de su tierra natal por amor al
psicoanálisis, y a quien aprecio como compañera de formación (la conocí en uno
de mis primeros seminarios de APA) y hermana de diván (compartimos al querido Dr.
Marco Aurelio Andrade -otro migrante- como analista didacta), pero, sobre todo,
a quien valoro y quiero como entrañable amiga, lo ubico con orgullo en el
segundo grupo, mientras escucho todavía las resonancias del estruendo provocado
por el desprendimiento de algunos grandes bloques en mi metafórico Tronador.
Margarita Artusi, Mar de las Pampas, Julio de 2019
https://www.youtube.com/watch?v=eC4qzZDD5x4&feature=youtu.be
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